domingo, 25 de octubre de 2009

EMPEÑOS EN OTOÑO: SUJETAR EL TIEMPO, HABLADURÍAS E INTENSOS COLORES QUE SE DESVANECERÁN.





Cuando está concluyendo octubre y el ambiente ya no es ardoroso como en el mes anterior, declina el ánimo en un recogimiento entre contemplativo y sensual. Adentrados en la estación de los matices de luz irisada, la experiencia del paso del tiempo invita a ser contada con la complejidad de las cosas sencillas. Para transitar por este tiempo, y ponerle la ilusión de la escritura, hace falta vivir sin la urgencia del verano y con la disposición de instantes para pensar en los demás y en uno mismo.

El ser humano mantiene su pulso contra el paso del tiempo, arraigado en el deseo de perdurar, para lo que constantemente proyecta un espejismo de control sobre el ritmo de los días: en primavera se pretende acelerar su marcha acortando el día; en otoño se desea transferir morosidad añadiendo al amanecer una hora, restándola de la luz de la tarde. Es la pasión de convertirse en Cronos, dios del tiempo, para creer que se posee el resorte por el que se someten las transiciones del sol en cada momento. El sueño del ser humano sigue vivo en una burbuja donde quedan suspendidos el tiempo y el espacio, sintiéndose protagonista de su propia historia.
Avanza el otoño y, tras el cambio horario, en la tarde penetra menos luz por la ventana. En el ánimo aparecen, se entrecruzan y se aprecian los más diversos claroscuros del presente, pero sin descuidar que el pensamiento debe seguir iluminado y vivo.

Y así, entre los celajes maduros de la estación, advertimos cómo emergen más claros algunos comportamientos esperpénticos de ‘personajes’ que coexisten en las cercanías de la cotidianeidad y de la actividad habitual. Dependen de la lengua suelta, -ya que no escriben, que es más arriesgado-, por la que inquietan difusamente con su prédica incontinente de moralina: con su ignorancia recubierta de sucedáneos del conocimiento (“esto es así, que yo lo sé” y “¡Me vas a decir tú a mí…!”) difunden temor que les provee, a la vez, de sensación de poder y de placer por sentirse temidos si no se les atiende y acepta en sus diatribas. No es fácil dibujarlos con trazo decidido y estilizado, ya que son cambiantes y sólo se consiguen imágenes desvaídas, porque tales figuras tienen poca consistencia humana: son personajes que ignoran su maldad y sólo se les puede ver como muñecos antropomórficos, más parlanchines que otra cosa, siempre construidos alrededor de sus palabras envenenadas, destinadas a sentirse mejores denostando a otros.
Ya que el mundo les resulta grande, se afanan en dominar lo próximo sembrando inquietudes falsarias. En la desestabilización de los otros se creen alcanzar la firmeza del terreno que pisan. Vierten palabras puntiagudas y con aristas dañosas, que saborean sin más criterio que su antojo o conveniencia menguada, hasta el punto de necesitar camuflar el verde color envidia que habita en sus cuerpos. Como las hojas caídas antes de tiempo. Aparecen como personajes salidos de ninguna página que se han quedado flotando, pendientes sólo de lo indeterminado en su conveniencia, haciendo ley de la casualidad. Que existan es inquietante, pues estorban el desarrollo de las cualidades y valores humanos, a los que parasitan a la vez que les inoculan su ponzoña: son inequívocas muestras de la torpeza humana cuando se ha perdido la cualidad de lo sensato.
Pero ahí las tenemos en su deformidad: ¿cuál es la forma de quienes miran por la espalda pero la boca está en la oreja de otros mientras abonan sin más criterio que su antojo, con el vicio verosímil del desprestigio, el crédito y la imagen de alguien? Desfiguradas imágenes resultantes, posiblemente, de la inclinación de la luz en otoño. Aunque cualquier luz les molesta, pues su razón de ser está en la oscura asechanza. A poco que pensemos, enseguida sabemos quiénes son y dónde están.

Volvamos a la energía del otoño, ya que por la ventana se advierte la silueta azulada de la ciudad que se diluye en las sombras que acortan la tarde. Se escuchan los rumores del viento y algún canto de pájaros. Delicadeza y disonancia se superponen, en una imprevisible melodía, en una apesadumbrada lámina que muestra pinceladas de dulzura a la vez que brochazos de burla y de vacío.
La aparente sencillez se siente en la lentitud contemplativa mientras el fondo musical de la radio la envuelve. Y aunque acabe la música, el otoño no cesa en su estruendo porque haya sobrevenido el silencio. Y nos ofrece los más bellos atardeceres del año; porque no existe espacio sin la presencia de la luz, aun cuando sabemos que en el interior de los humanos hay oscuridades a donde es poco probable que penetre el sol.
Seguimos relatando minuciosamente, cada día, el apego a la naturaleza, atrapados en la presencia del otoño, donde se contiene el tiempo y el conflicto esencial del ser y el existir. De cada vida anónima se espera que cuente lo que pueda contar y que cada relato sirva para iluminar, no para ensombrecer.
En el paseo de regreso, se disfruta de la floresta huertana, que colorea los valles y se prepara para el invierno, mientras emite un suave calor que engaña al frío y lo aplaza, reflejándolo en la luz tamizada por la bruma fucsia de la tarde.
Es tiempo de otoño.

domingo, 4 de octubre de 2009

CARTAGENA: CIUDAD PARA LA INTELIGENCIA.



Casi tres milenios de historia mantienen viva y creciente a Cartagena, ciudad respetada siempre, a la vez que anhelada en la consideración de todos los imperios mediterráneos.

Con la dedicación que están desplegando sus centros de estudios históricos e investigación, se observa que Cartagena destila orgullo sediento al ver reconocidas su historia y su cultura, que no cesan. (Museos y monumentos, entre otros, dan buena cuenta de ello).

De visita, de gustoso paseo, fijando esta vez la mirada en los rostros y rastros de Roma, llevan a considerar que en esta ciudad, cada vez que se produce un descubrimiento histórico, se levanta un nuevo espacio cultural, se propician actividades para todos y se genera un nuevo espacio de libertad: Cartagena se hace grande.

El orden y el dirigismo de tiempos pasados permanece junto a las libertades y valores individuales en esa siempre difícil coexistencia: hay arraigados modos de poder de cada período de dominio, que perduran como controladas fuerzas y señas de identidad en el imaginario cartagenero.

La impresión, tras esta vista, surge de que el espacio cartagenero ha sido tablero de juego interminable, como lugar habitualmente apetecido históricamente por los expansionismos imperiales mediterráneos, desde que los fenicios mostraron sus posibilidades económicas y comerciales.

Pero para entender el hecho cartagenero en su legado no basta con estimar el potencial económico de la minería y la química, así como las extraordinarias condiciones estratégicas del puerto (militar y comercial) y de los intensivos cultivos de su campo.

Hay algo más. Tiene que haberlo. Puede sonar (ignorancia incluida de quien esto escribe) como algo intangible. Pero se evidencia a cada paso: la historia heredada y mantenida está impresa en sus ciudadanos, en sus calles, plazas y edificios, con desigual valor (lo que no es un defecto, claro está).

Hoy, de toda la densidad histórica, podríamos sólo apuntar tres capítulos claramente diferenciados. El primero sería la fundación por Asdrúbal, el sagaz hermano de Aníbal, que abrió esta tierra a los usos y costumbres avanzados de la época, incluidos los cultos religiosos, de entre los que se destaca la deidad Tanit, la diosa humana crisol de las comunes características de las mujeres mediterráneas. Crear conciliando, es el origen.

El segundo capítulo sobre el que se emplaza hoy la linterna de la atención es el de la herencia romana. ¿Qué percibió, qué vio el imperio romano en Cartagena para ocuparse tan intensamente de ella? Fijémonos en el detalle de que aquí se construye el segundo teatro romano en importancia de la península ibérica. Un conjunto arquitectónico de esta magnitud no se levanta sin pensar y prever sus posibilidades, sino en un lugar y tiempo donde hay demanda y ha de haber acogida y participación en las manifestaciones culturales que le serán propias. Visto el teatro, impresiona en su grandiosidad y se barruntan posibilidades admirables, como la de las representaciones y eventos singulares.

Son dos episodios distintivos: la dignidad cartaginesa y la integridad romana.

Y ahora, saltando con gran zancada en el tiempo, vamos al tercer señalamiento: la ciudad militarizada sobremanera, (“Ciudad Departamental”), como uso de sus posibilidades y, también, como ‘castigo’ controlado por ser el último bastión republicano y “rojo” en el sangriento y totalmente lamentable conflicto fratricida de 1936/39. Los hechos, y no las ideologías, debieron ser el principio rector de esta ciudadanía que resistió hasta el último día, haciendo valer, entre otros, el espíritu del indómito cantonal cartagenero.

Pasado el tiempo oscuro, en el siglo XXI se comprueba y agradece que el pragmatismo no ha de ser una dificultad: cartageneros, murcianos, españoles, europeos del norte y del sur, africanos y gente de allende el Atlántico han de contribuir en los derroteros por los que discurrirán las energías presentes y emergentes de Cartagena, ciudad taller abierta al nuevo milenio. Tras más de dos mil años de densa e importante historia, ¿A dónde va Cartagena? es uno de los ejercicios más apasionantes de este comienzo de siglo.Se responderá, indudablemente, con la actividad industrial y los cultivos agrícolas, con la actividad del puerto y de la Universidad, elementos en donde está implicado el tejido social। Y en la probabilidad de que, sin mostrar ceguera ni sordos oídos, la acción política haga avanzar a esta sociedad tan pluricultural con la habitualidad que recoge la historia: creación de confluencias, aún en el conflicto, cohesiones y motivos para vivir el presente y labrar el futuro mediante proyectos ambiciosamente posibles.

Cartagena es una ciudad indispensable con expectativas crecientes, para afrontar el siglo recién comenzado en el que ha de conjugar el desarrollo de lo histórico, lo socioeconómico y lo educativocultural, además de todos los submundos alternativos que tiene contenidos; desplegando la capacidad de mostrar y ofrecer una mantenida prosperidad, a la vez que manejando los obstáculos y problemas: medioambientales, de integración social, de ordenación urbana y del protagonismo de sus habitantes.

La inteligencia es de lo mejor que ha dado la Humanidad, como tesoro acumulado. El pasado, en cuanto pasado ¿interesa o es algo que tiende a la desaparición? Entender y seguir de cerca de Cartagena es un juego de inteligencia. Lo que exige una aplicada dedicación por la que se evite el estéril y repetido tópico de desacreditar épocas y hechos.
La energía del presente, que también tiene sus aportaciones desde la antigüedad clásica, no puede aparecer como algo efímero, sino como un continuo latido, jugando a entender su evolución. La sobrevivencia del Teatro Romano (¡qué maravilla de características arquitectónicas, escénicas y acústicas!), en su monumental grandeza emergiendo de la desidia, la ignorancia y el ocultamiento hasta ahora, traspasando el lado épico de las luchas, a la vez que posibilitando, desde lo diverso, será un referente de la construcción de la convivencia.

De la industria cultural cartagenera se espera que busque el favor, atraiga y mantenga a las jóvenes generaciones, para que entiendan sus raíces y el legado histórico, los gocen y los hagan suyos, ahuyentando riesgos de ignorancia y que la ordenada huella de Historia y Civilización ha de seguir alumbrando.

En Cartagena habla el pasado en la realidad del presente dinámico, en un complejo y fundamental proceso que apuesta por dejar al margen los olvidos y los desmanes, ya que éstos no tienen cabida en una ciudad próspera y estética.

Se ha inaugurado una nueva época que navega en tiempos convulsos, coincidiendo con la quiebra de lo viejo y lo antiguo. Y hay que saludar con alegría y esperanza de Cartagena, que tratará de corregir el desapego juvenil a la vez que estimulará la inteligencia hacia la cultura en más sentidos y manifestaciones que la tradicional. Lo que supone que será un modelo de acción donde convivan, en buscada armonía, la tradición y la vanguardia, lo popular y lo culto, la ruptura y el folklore.

Es tiempo de que, tras el paso del entusiasmo y el apasionamiento, se desplieguen las capacidades inteligentes para que los hechos históricos sean visibles y reflejen su luz, a la vez que estén vinculados a las vidas cotidianas, a través de miradas con sensibilidad visual de los espacios que conforman el gran tapiz de la Historia de Cartagena.