Madrid es un mundo completo y variado donde todo es imaginable. También para
ver e impregnar el espíritu de representaciones pictóricas e iconografía de
calidad contrastada. Para pasear a cualquier hora, del día o de la noche, por
las calles de Madrid, las más tópicamente conocidas y nombradas y otras menos,
pero con su encanto.
Vuelvo a Madrid por agosto, como el pasado año. (Y no es que sea una
manera de volver como lo hacen estacionalmente las golondrinas), es que me suele
convencer y arrastrar la oferta cultural que plantean los museos de Madrid para
el verano. Museos con presencia activa.
[Me
permitiréis que aquí, indique, todas las exposiciones vistas, -hay bastantes
más que, por la escasez de tiempo y la conveniencia de no saturarse no se
visitaron-. Coloco fotos. Disculpas anticipadas, pero creo que conviene así.
Por aquello de que en la escritura hay que procurar ser hábil y usar los
recursos: es importante, esencial. Al menos, intentarlo, ya que es amplísimo lo
que se vio y ha de ser necesariamente breve lo que se diga; pero en última
instancia, casi que, en mi caso, se puede afirmar con lo que alguien dijo una vez: quien escribe no sabe
lo que hace].
Y, nuevamente, visita al museo Thyssen, este año con el americano Edward Hopper,
artista que nos reta a imaginar una
escena. Es, efectivamente, una obra bastante original.
Pintor del tiempo detenido, de la pausa,
del pensamiento, Edward
Hopper pinta lo cotidiano y busca momentos de intensidad. Para
Hopper, (ilustrador
y grabador, además de pintor), una
imagen no es un instante sino el resumen de la secuencia: es un pintor cinematográfico.
Las pinturas de Hopper siempre marcan el principio de una historia. En todas las gasolineras que pintó, esperas que un coche llegue en cualquier momento, con indudable expectación e interrogación, hace dialogar realidad con misterio.
Hopper, sin proponérselo, es un
importante artista que fija las pautas de una pintura americana propia, sin
referentes; pinta con carácter propio: pintura
cálida, próxima, sensual, pero sobria. Por eso gusta tanto a los escritores: les da un escenario y el arranque
del relato. Su pintura es de lenta ejecución, como de tenue
conversación del pintor con lo retratado.
Recoge puentes y paisajes; carreteras
en curva, gasolineras, estaciones, vías de tren; cafeterías, cines, teatros,
ventanas, rótulos, luminosos, porches de casas de campo; habitaciones con
paredes de color, ventanas y cuadros; ciudades, casas, hoteles, oficinas,
escaleras…
Lugares de encuentros, de conversaciones, de pensamientos solitarios.
Hopper pinta
su visión del mundo, de un entorno que observa y conoce, define el espacio, delimita las formas; juega con los
cambios de color, de composiciones muy cuidadas.
Abre los interiores, -en el interior todo es posible-, con un
gran ventanal, una puerta abierta, un cristal que limita lo visual. Convierte al
espectador en visitante privilegiado y curioso, en partícipe de la escena; sólo le queda completar lo visto, darle
movimiento y diálogo: el interior de la habitación es duro.
Todo un sugestivo, ameno y satisfactorio
lujo esta exposición.
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Y, además, también en el Thyssen,
una pequeña pero muy atractiva exposición
sobre “Rostros y manos“.
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La restauración artística de “El Paraíso”, de Tintoretto:
¿Y qué decir al ver la restauración, en directo, en fotos y radiografía, o en vídeo, con todo
detalle? “El Paraíso”, de
Tintoretto, La composición de la Coronación de la Virgen, inspirada en el
Paraíso de Dante, se organiza en torno a los distintos grupos de ángeles,
jerarquías religiosas y bienaventurados que, situados entre las nubes, rodean
la escena central que representa el momento en el que la Virgen es coronada por
su Hijo. (Si se quiere llegar a más detalle, dispones de 13 minutos, en este vídeo:
http://vimeo.com/44451649).
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Y la visita, gozosamente obligada con tendencia entusiasta, al ineludible
Museo del Prado, para ver lo de
“El último Rafael”, lo último que pintó,
- por sí mismo y orientando a los discípulos y seguidores de su taller-.
Rafael
Sanzio, el de Urbino, protegido por el papa León X y contemporáneo del gran
Miguel Ángel.
Por hablar de una de sus obras, en el cuadro "La visión de Ezequiel", se representa a Dios rodeado por dos ángeles y por los
cuatro animales simbólicos de los Evangelistas (tetramorfos: una criatura con
cara de hombre representa al evangelista Mateo; un león alado a Marcos, un buey
alado a Lucas, y un águila a Juan). Rafael representa así a las cuatro formas de
las que habla el libro bíblico de Ezequiel. Todo el cuadro descansa sobre un
mar de nubes y al fondo, el resplandor divino.
En otro orden de obras, he de señalar que me impresiona -y creo que no sólo a mí- el retrato del autor del libro-manual "El Cortesano", aquel tratado que tanta influencia tuvo para que la literatura y las formas italianas de escribir entraran en España y las adoptaran Garcilaso de la Vega y Juan Boscán.
Como sabemos, se trata del embajador Baltasar de Castiglione, humanista y político italiano, que nos legó todo un tratado de las buenas formas y de la delicadeza en el trato y en las acciones diplomáticas.
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Y, a todo esto, también hay una exposición monográfica de Murillo:
que se denomina "Murillo & Justino
de Neve. El arte de la amistad”.
Bartolomé Esteban Murillo pintor famoso de Sevilla y Justino de Neve un culto canónigo de la catedral sevillana. Entre ambos se estableció una relación
profesional que pronto se transformó en auténtica amistad.
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Y nombrar a la sencilla y breve, -espacialmente-, a la vez que compleja,
exposición de Eduardo
Arroyo: “El Cordero Místico”.
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También he de aludir a que no quise resistirme a hacer una visita a la Casa-Museo de
Joaquín Sorolla,
porque hay determinados cuadros que me atraen como imanes.
Entre otras, las imágenes de:
“Paseo
a la orilla del mar”, que reúne a su mujer y su hija mayor paseando por la
playa, sus vestidos movidos por la brisa del mar,
y la del “Niño paseando un caballo por la playa”, ambos
muestran la maestría de Sorolla en expresar el movimiento contenido. Y
por la exposición temporal y concreta en la que es protagonista destacada la
esposa de Sorolla, Clotilde.
Es mucho, sí; importante y extraordinario es lo que se puede ver y
disfrutar. Hasta el punto de que, más allá del agrado, complace, satisface y no
decepciona.
Pero siempre queda la sensación de que es poco: la calidad no cansa; es
más, estimula a seguir.
Y, para terminar, como epílogo a la circunstancia y al dinamismo de lo
que ofrece, habrá nueva ocasión y originales motivos para visitar Madrid.
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