El martes pasado no pudo ser, y la tarde de toros del día de la Romería se quedó en deseo, pues los elementos meteorológicos desatados truncaron el esperado festejo. Pero, ¡…ah!, con la lámpara de la amistad siempre encendida está María José , compañera incansable en el trabajo y, además, amiga: ha visto la oportunidad y, de urgencia casi, nos ha convocado a la fiesta en la tarde del jueves. María José es que ejerce, además de amiga, de madre protectora, –también es abuela, no te vayas a creer que no ejerce-, que ella, si tiene oportunidad, te ofrece y te pone en suerte la posibilidad de una tarde de toros en el palco, a la sombra y bien atendido, con merienda en el intermedio.
Estimo que ya, con este detalle intenso de acordarse de los demás y de invitarles vivamente ya tiene gran valor la tarde de septiembre. Si, además, el festejo fuera memorable, entonces, ya… ¡…para qué más! La compañera laboral y amiga sin duda nos ha traído al coso condominero, y nos ha obsequiado.
Aquí podría terminar la crónica con toda dignidad y agrado.
Pero, bueno, ya que estamos, hablemos del festejo. Los espectáculos taurinos tienen sus defensores y detractores. En esta pugna, sin querer ser equilibrado ni nada que lo apunte, creo que ambos tienen razón.
Se podría resumir en que el diestro Alejando Talavante ha sido quien ha salvado la tarde। Porque lo de Morante de la Puebla, patilludo y entrado en carnes, ha sido algo de eso de “mantente mientras cobro”: toros sin trapío y matador sin voluntad। Y lo de Daniel Luque, eso sí, mucha voluntad pero toros sin empuje. Es decir: que de seis toros que se vieron en la arena, sólo el segundo ofreció espectáculo, faenado por Talavante y del que obtuvo dos orejas y vuelta al ruedo. Lo demás, salvo el ánimo puesto por Luque, mejor para ignorar y, consecuentemente, para olvidar.
A quien no olvidamos es a los compañeros/as y amigos/as que, por diversas razones y obligaciones, no pudieron venir a compartir con nosotros los colores de la tarde taurina en el palco, la merienda y la conversación desenfadada, como si fuéramos “entendidos sabidillos” del arte de Cúchares: no sabemos mucho, es cierto, pero parece como si nos hubiéramos estudiado y aprendido el Cossío. Y nos reímos, entre la ironía y la ternura, por lo que pasa en la arena o al margen de ello.
Pero lo que yo destaco, subrayándolo, es el momento de la magia de la amistosa cercanía: la fiesta taurina es una excusa para estar juntos de otra manera. María José, como amiga y como anfitriona, nos ha llevado a esta aventura de color, aplausos, silbidos, música, valor, sangre y pañuelos. Y quede constancia del reconocido agradecimiento. Una persona es tanto lo que es como lo que decide ser. Y María José ha resuelto ser con entusiasmo, con algo de euforia, con libertad en la amistad, que podemos pasar una buena tarde de septiembre. La amistad en compañía tiene el sabor de las cosas que comemos con agrado: estamos hechos de lo mismo. Y a mí me gustan las celebraciones y el regocijo.
Estimo que ya, con este detalle intenso de acordarse de los demás y de invitarles vivamente ya tiene gran valor la tarde de septiembre. Si, además, el festejo fuera memorable, entonces, ya… ¡…para qué más! La compañera laboral y amiga sin duda nos ha traído al coso condominero, y nos ha obsequiado.
Aquí podría terminar la crónica con toda dignidad y agrado.
Pero, bueno, ya que estamos, hablemos del festejo. Los espectáculos taurinos tienen sus defensores y detractores. En esta pugna, sin querer ser equilibrado ni nada que lo apunte, creo que ambos tienen razón.
Se podría resumir en que el diestro Alejando Talavante ha sido quien ha salvado la tarde। Porque lo de Morante de la Puebla, patilludo y entrado en carnes, ha sido algo de eso de “mantente mientras cobro”: toros sin trapío y matador sin voluntad। Y lo de Daniel Luque, eso sí, mucha voluntad pero toros sin empuje. Es decir: que de seis toros que se vieron en la arena, sólo el segundo ofreció espectáculo, faenado por Talavante y del que obtuvo dos orejas y vuelta al ruedo. Lo demás, salvo el ánimo puesto por Luque, mejor para ignorar y, consecuentemente, para olvidar.
A quien no olvidamos es a los compañeros/as y amigos/as que, por diversas razones y obligaciones, no pudieron venir a compartir con nosotros los colores de la tarde taurina en el palco, la merienda y la conversación desenfadada, como si fuéramos “entendidos sabidillos” del arte de Cúchares: no sabemos mucho, es cierto, pero parece como si nos hubiéramos estudiado y aprendido el Cossío. Y nos reímos, entre la ironía y la ternura, por lo que pasa en la arena o al margen de ello.
Pero lo que yo destaco, subrayándolo, es el momento de la magia de la amistosa cercanía: la fiesta taurina es una excusa para estar juntos de otra manera. María José, como amiga y como anfitriona, nos ha llevado a esta aventura de color, aplausos, silbidos, música, valor, sangre y pañuelos. Y quede constancia del reconocido agradecimiento. Una persona es tanto lo que es como lo que decide ser. Y María José ha resuelto ser con entusiasmo, con algo de euforia, con libertad en la amistad, que podemos pasar una buena tarde de septiembre. La amistad en compañía tiene el sabor de las cosas que comemos con agrado: estamos hechos de lo mismo. Y a mí me gustan las celebraciones y el regocijo.
Soy absolutamente antitaurina, así que por esta vez me eximirás de leer el post completo, pero no de saludarte y darte un amistoso abrazo.
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