(Iniciamos la acogida con música,
Me da por considerar que, a diferencia de la crónica precisa que nos dan hecha, cada uno de nosotros acuerda que un suceso o testimonio concreto sea, reconociéndose, el punto propio y singular que se distingue de lo que es común a todos. Como es el caso de la percepción de las estaciones del año o de otros acontecimientos cotidianos.
En cuanto que diga mi referencia, es muy posible que, enseguida, el lector recurra a la suya. La diré.
Sé que es primavera porque en la casa de mi madre aparece, renovado, un nuevo olor: el de las pequeñas flores blancas, manchadas en uno de sus pétalos, en el interior, por un sobrio polen amarillento, –fresillas, las llama mi madre- que abren en el día de primavera, tras haber estado cerradas, encapotadas. Hoy, ya abiertas, esparcen su suave e inconfundible aroma por toda la casa, lo que conozco desde los primeros años de mi infancia y, ahora, una vez más, sé que ha llegado la primavera, sin la exactitud de lo cósmico, pero con el guión ineludible por el que actúan los componentes de la naturaleza que, en mi representación y medida primaveral, están en las macetas que mi madre ubica hoy en la entrada a la casa y en el patio interior. Las fresillas son, a la vez, señales visuales, de fragancia y de tributo a la estación de la explosión de los colores. Por eso sé que es el tiempo de la primavera.
Igual que colores y aromas se reproducen, resurgen con un estallido de energía y los percibimos y notamos a nuestro alrededor, así esperamos que también suceda en el interior, en la intimidad, que deseamos ver vestida, el impulso de esta fuerza renovada cada año, de alegres tonalidades y realces, que eleven el ánimo a la vez que alegran la vista. Gozar del tiempo renacido, continuar avanzando. La realidad existe y es tiempo en el que se amplían espacios y se acrecientan sensibilidades, (incluidas las alergias).
Hoy traigo las palabras que pretenden manifestar que los ricos matices de la naturaleza caminan paralelos a las sensaciones humanas. En esta atmósfera sutil de palabras de acogida, ahora que la tierra se estremece con frenesí, es tiempo de renovación, porque el lenguaje estacional habla de la vida como si de un libro se tratara al que, en cada período, le preguntáramos de dónde, de qué experiencia, de qué universo imprescindible nos enseña este diálogo incesante, a veces inclemente, sobre su inminencia, sobre el hecho cierto de que convive con nosotros. Nos alcanza a todos la inquietud que produce la vida misma, ese abismo en el que nos introducimos como si el tiempo nos estuviera acechando desde que nacemos. Que os sea grata la primavera.
(Por si queréis ‘pinchar’ y escuchar:
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