Madrid se prepara, porque viene Benedicto XVI (ya sabemos: el Papa). Por todas partes hay vallas, (no sólo por los del movimiento 15-M), y en su interior se prepara algún armazón y tarimas desde las que el pontífice se dirigirá a los jóvenes concentrados para escucharle.
Los museos no han querido ser menos y se han puesto a participar.
¿Cómo?
Pues en una especie de “guiño”, entre lo colaborador y el homenaje a los motivos de la religiosa presencia católica.
Así, el museo Thyssen ha titulado “Encuentros” a una sala especialmente habilitada para pintura de escenas religiosas de los siglos XIV al XVIII. (Destaco, por excelentemente soberbia, “La cena de Emaús”, de Mathias Stom).
Este lienzo describe un episodio tomado del Evangelio, donde se narra cómo dos discípulos cenan en Emaús con un extraño que resulta ser Jesús, y a quien reconocen por su forma de repartir el pan, en una expresión de sorpresa y estupefacción. La escena transcurre en un interior iluminado por una vela cuya luz provoca un claroscuro (se nota la influencia de Caravaggio).
El museo del Prado, también se suma a tener presencia en el evento. Y por su obvia colección y fondos, ha programado “La Palabra hecha imagen. Pinturas de Cristo”.
De la que los responsables han destacado “El Descendimiento”, de Caravaggio, dedicándole un espacio específico y singular.
Hasta el punto que, a cada hora, aparece un/una especialista en arte y lo explica, gratuitamente, a todos quienes quieran escuchar/ver.
En este cuadro de Caravaggio tiene especial y relevante importancia –además de la escena en sí- la losa-piedra que servirá, primero, para embalsamar a Cristo muerto; y, después, servirá de cobertura de la tumba. Tiene, por tanto, el sentido y significado de “piedra angular” donde se fundamenta la Iglesia.
Es el esquema compositivo que ofrece la idea de lo sólido, lo compacto. Y se sigue en esta representación en la disposición integrada por un grupo humano que se recorta y sobresale de un fondo oscuro. Constituido conforme a una línea diagonal que, desde el ángulo inferior izquierdo, en un juego de luces y sombras:
• Cristo bello y hermoso, sin sufrimiento. Incluso tenues son las marcas de la herida del costado y de los clavos en las manos. Su mano apunta a la piedra, como señalando “lo angular”, el fundamento. (Caravaggio ha imitado la forma y posición de Cristo de acuerdo con La pietá, de Miguel Ángel).
• Nicodemo sostiene las piernas con esfuerzo pero sin fatiga.
• Juan, el discípulo, sostiene el tronco.
• Detrás está la Madre, en la que Caravaggio ha reflejado el paso del tiempo: es madre de un hombre, luego ella es mayor, (contraviniendo las normas que dicen que la Virgen Madre ha de ser joven y guapa), donde María, en actitud de abrazo y acogida, quiere integrar a su Hijo y a quienes le ayudan.
• Detrás, María Magdalena llora.
• Hasta aquí todas son expresiones que miran hacia abajo. El contrapunto lo pone María de Cleofás, que levanta los brazos requiriendo del cielo un reconocimiento de la trascendental situación.
Son formas diversas de manifestar el dolor.
Es éste un cuadro de los llamados “de altar”, hecho para ser contemplado largamente, durante ceremonias religiosas.
Un cuadro de esplendor y significado; merece verse así en esta temporalidad, en una sala específicamente destinada.
Una gozada contemplarlo.
Los museos no han querido ser menos y se han puesto a participar.
¿Cómo?
Pues en una especie de “guiño”, entre lo colaborador y el homenaje a los motivos de la religiosa presencia católica.
Así, el museo Thyssen ha titulado “Encuentros” a una sala especialmente habilitada para pintura de escenas religiosas de los siglos XIV al XVIII. (Destaco, por excelentemente soberbia, “La cena de Emaús”, de Mathias Stom).
Este lienzo describe un episodio tomado del Evangelio, donde se narra cómo dos discípulos cenan en Emaús con un extraño que resulta ser Jesús, y a quien reconocen por su forma de repartir el pan, en una expresión de sorpresa y estupefacción. La escena transcurre en un interior iluminado por una vela cuya luz provoca un claroscuro (se nota la influencia de Caravaggio).
El museo del Prado, también se suma a tener presencia en el evento. Y por su obvia colección y fondos, ha programado “La Palabra hecha imagen. Pinturas de Cristo”.
De la que los responsables han destacado “El Descendimiento”, de Caravaggio, dedicándole un espacio específico y singular.
Hasta el punto que, a cada hora, aparece un/una especialista en arte y lo explica, gratuitamente, a todos quienes quieran escuchar/ver.
En este cuadro de Caravaggio tiene especial y relevante importancia –además de la escena en sí- la losa-piedra que servirá, primero, para embalsamar a Cristo muerto; y, después, servirá de cobertura de la tumba. Tiene, por tanto, el sentido y significado de “piedra angular” donde se fundamenta la Iglesia.
Es el esquema compositivo que ofrece la idea de lo sólido, lo compacto. Y se sigue en esta representación en la disposición integrada por un grupo humano que se recorta y sobresale de un fondo oscuro. Constituido conforme a una línea diagonal que, desde el ángulo inferior izquierdo, en un juego de luces y sombras:
• Cristo bello y hermoso, sin sufrimiento. Incluso tenues son las marcas de la herida del costado y de los clavos en las manos. Su mano apunta a la piedra, como señalando “lo angular”, el fundamento. (Caravaggio ha imitado la forma y posición de Cristo de acuerdo con La pietá, de Miguel Ángel).
• Nicodemo sostiene las piernas con esfuerzo pero sin fatiga.
• Juan, el discípulo, sostiene el tronco.
• Detrás está la Madre, en la que Caravaggio ha reflejado el paso del tiempo: es madre de un hombre, luego ella es mayor, (contraviniendo las normas que dicen que la Virgen Madre ha de ser joven y guapa), donde María, en actitud de abrazo y acogida, quiere integrar a su Hijo y a quienes le ayudan.
• Detrás, María Magdalena llora.
• Hasta aquí todas son expresiones que miran hacia abajo. El contrapunto lo pone María de Cleofás, que levanta los brazos requiriendo del cielo un reconocimiento de la trascendental situación.
Son formas diversas de manifestar el dolor.
Es éste un cuadro de los llamados “de altar”, hecho para ser contemplado largamente, durante ceremonias religiosas.
Un cuadro de esplendor y significado; merece verse así en esta temporalidad, en una sala específicamente destinada.
Una gozada contemplarlo.
Qué bonito, Juan. Me gusta mucho cómo comentas las obras de arte. Espero que todo vaya bien!
ResponderEliminarFran