Con más que molesta indignación -¿puede uno indignarse por esto?- recibo la noticia de que se han llevado, arrancadas, dos esculturas del Parque escultórico “Antonio Campillo”.
Comenté, en este blog, algunas de las nueve que se encontraban en el lugar. Ahora, faltan dos: “La Danza” y “Saltando a la comba”, que representan diversos momentos en los que Antonio Campillo supo captar y reflejar excelentemente.
Y, ahora, ya no están.
Quienes se las hayan llevado, sin duda, no les importó que fueran obras de arte; lo que se deduce que pretenden estos "desalmados", (como los calificó el alcalde de Murcia), es la venta y obtención de dinero según lo que pesen y lo que pueda darles el receptador: motivos económicos de estrechas y cortas intenciones, que no otros, pueden inducir a vender arte como chatarra.
No quiero pensar en que haya alguien que culpe a la crisis económica del hecho, asegurando que ha sido perpetrado por individuos que se encuadran en la geopolítica del hambre; y, a su vez, “justifique” el robo. Porque sería como admitir que, por la misma dificultad monetaria y en caso de hambre, se pudiera practicar el canibalismo con la primera persona que pase.
Probablemente, si hubiera sido un robo por encargo, -inducido y pagado por alguien que valora las piezas como arte en sí-, no habrían sido arrancadas, lesionadas, pues eso les hace perder valor en el mercado clandestino del arte. Lo cierto es que los autores, y quizá sus mentores, valoraron que esas piezas escultóricas tienen un valor económico y, aprovechando que en Murcia, en agosto, hay menos gente, y dada la facilidad de acceso al parque, arrancaron literalmente esas dos esculturas y, de momento, no se sabe más.
Pero el hecho es que se ha cometido un delito, -que esto lo saben los autores, sin duda-, y algo más que eso: se ha atentado contra la creación que es el Arte, que es la manifestación del espíritu y pensamiento de personas singulares, que hablan a la humanidad, a la vez que se expresan como humanos. También se ha atentado contra los símbolos que son estas esculturas y el conjunto de la obra de Antonio Campillo: el solaz y esparcimiento que significa un juego muy extendido, el de saltar a la comba; así como la figura de la joven que practica e invita a la danza; infancia y juventud excelentemente retratada por el maestro de la Era Alta.
La Fundación “Antonio Campillo”, anuncia que se volverá a disfrutar de estas dos esculturas, reproducidas con los moldes originales, autorizan la reproducción. No puedo ni quiero evitar que emerja aquí la obra de Walter Benjamin “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, -y pido disculpas por la erudición y la larga cita-, donde el filósofo afirma que “El aquí y ahora del original constituye el concepto de su autenticidad. (…) lo auténtico conserva su autoridad plena, mientras que no ocurre lo mismo cara a la reproducción técnica. […] Las circunstancias en que se ponga al producto de la reproducción de una obra de arte, quizás dejen intacta la consistencia de ésta, pero en cualquier caso deprecian su aquí y ahora. (…) Sin embargo, el proceso aqueja en el objeto de arte una médula sensibilísima que ningún objeto natural posee en grado tan vulnerable. Se trata de su autenticidad. La autenticidad de una cosa es la cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica”.
Estoy de acuerdo con W. Benjamin: la reproducción, aunque técnicamente perfecta,… ya no será lo mismo. (Y esto lo digo por quienes han destrozado las esculturas; -que deben ser encontrados, juzgados y castigados-; no por quienes, obviamente, procurarán que las podamos contemplar nuevamente, y por lo que hay que felicitarles).
Pero, bueno, no podemos hacer otra cosa que aceptarlo así y conformarnos, para que la obra de Antonio Campillo vuelva a su lugar y siga siendo destello y alumbre la figura de la mujer murciana, de la que se hace eco el arte.
Aquí queda mi indignación. También mi esperanza.
Comenté, en este blog, algunas de las nueve que se encontraban en el lugar. Ahora, faltan dos: “La Danza” y “Saltando a la comba”, que representan diversos momentos en los que Antonio Campillo supo captar y reflejar excelentemente.
Y, ahora, ya no están.
Quienes se las hayan llevado, sin duda, no les importó que fueran obras de arte; lo que se deduce que pretenden estos "desalmados", (como los calificó el alcalde de Murcia), es la venta y obtención de dinero según lo que pesen y lo que pueda darles el receptador: motivos económicos de estrechas y cortas intenciones, que no otros, pueden inducir a vender arte como chatarra.
No quiero pensar en que haya alguien que culpe a la crisis económica del hecho, asegurando que ha sido perpetrado por individuos que se encuadran en la geopolítica del hambre; y, a su vez, “justifique” el robo. Porque sería como admitir que, por la misma dificultad monetaria y en caso de hambre, se pudiera practicar el canibalismo con la primera persona que pase.
Probablemente, si hubiera sido un robo por encargo, -inducido y pagado por alguien que valora las piezas como arte en sí-, no habrían sido arrancadas, lesionadas, pues eso les hace perder valor en el mercado clandestino del arte. Lo cierto es que los autores, y quizá sus mentores, valoraron que esas piezas escultóricas tienen un valor económico y, aprovechando que en Murcia, en agosto, hay menos gente, y dada la facilidad de acceso al parque, arrancaron literalmente esas dos esculturas y, de momento, no se sabe más.
Pero el hecho es que se ha cometido un delito, -que esto lo saben los autores, sin duda-, y algo más que eso: se ha atentado contra la creación que es el Arte, que es la manifestación del espíritu y pensamiento de personas singulares, que hablan a la humanidad, a la vez que se expresan como humanos. También se ha atentado contra los símbolos que son estas esculturas y el conjunto de la obra de Antonio Campillo: el solaz y esparcimiento que significa un juego muy extendido, el de saltar a la comba; así como la figura de la joven que practica e invita a la danza; infancia y juventud excelentemente retratada por el maestro de la Era Alta.
La Fundación “Antonio Campillo”, anuncia que se volverá a disfrutar de estas dos esculturas, reproducidas con los moldes originales, autorizan la reproducción. No puedo ni quiero evitar que emerja aquí la obra de Walter Benjamin “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, -y pido disculpas por la erudición y la larga cita-, donde el filósofo afirma que “El aquí y ahora del original constituye el concepto de su autenticidad. (…) lo auténtico conserva su autoridad plena, mientras que no ocurre lo mismo cara a la reproducción técnica. […] Las circunstancias en que se ponga al producto de la reproducción de una obra de arte, quizás dejen intacta la consistencia de ésta, pero en cualquier caso deprecian su aquí y ahora. (…) Sin embargo, el proceso aqueja en el objeto de arte una médula sensibilísima que ningún objeto natural posee en grado tan vulnerable. Se trata de su autenticidad. La autenticidad de una cosa es la cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica”.
Estoy de acuerdo con W. Benjamin: la reproducción, aunque técnicamente perfecta,… ya no será lo mismo. (Y esto lo digo por quienes han destrozado las esculturas; -que deben ser encontrados, juzgados y castigados-; no por quienes, obviamente, procurarán que las podamos contemplar nuevamente, y por lo que hay que felicitarles).
Pero, bueno, no podemos hacer otra cosa que aceptarlo así y conformarnos, para que la obra de Antonio Campillo vuelva a su lugar y siga siendo destello y alumbre la figura de la mujer murciana, de la que se hace eco el arte.
Aquí queda mi indignación. También mi esperanza.
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