lunes, 29 de agosto de 2011

ROBAR ESCULTURAS DE ANTONIO CAMPILLO: DE LO MATERIAL EN SÍ Y EL VALOR ARTÍSTICO.

Con más que molesta indignación -¿puede uno indignarse por esto?- recibo la noticia de que se han llevado, arrancadas, dos esculturas del Parque escultórico “Antonio Campillo”.
Comenté, en este blog, algunas de las nueve que se encontraban en el lugar. Ahora, faltan dos: “La Danza” y “Saltando a la comba”, que representan diversos momentos en los que Antonio Campillo supo captar y reflejar excelentemente.
Y, ahora, ya no están.
Quienes se las hayan llevado, sin duda, no les importó que fueran obras de arte; lo que se deduce que pretenden estos "desalmados", (como los calificó el alcalde de Murcia), es la venta y obtención de dinero según lo que pesen y lo que pueda darles el receptador: motivos económicos de estrechas y cortas intenciones, que no otros, pueden inducir a vender arte como chatarra.
No quiero pensar en que haya alguien que culpe a la crisis económica del hecho, asegurando que ha sido perpetrado por individuos que se encuadran en la geopolítica del hambre; y, a su vez, justifique el robo. Porque sería como admitir que, por la misma dificultad monetaria y en caso de hambre, se pudiera practicar el canibalismo con la primera persona que pase.
Probablemente, si hubiera sido un robo por encargo, -inducido y pagado por alguien que valora las piezas como arte en sí-, no habrían sido arrancadas, lesionadas, pues eso les hace perder valor en el mercado clandestino del arte. Lo cierto es que los autores, y quizá sus mentores, valoraron que esas piezas escultóricas tienen un valor económico y, aprovechando que en Murcia, en agosto, hay menos gente, y dada la facilidad de acceso al parque, arrancaron literalmente esas dos esculturas y, de momento, no se sabe más.
Pero el hecho es que se ha cometido un delito, -que esto lo saben los autores, sin duda-, y algo más que eso: se ha atentado contra la creación que es el Arte, que es la manifestación del espíritu y pensamiento de personas singulares, que hablan a la humanidad, a la vez que se expresan como humanos. También se ha atentado contra los símbolos que son estas esculturas y el conjunto de la obra de Antonio Campillo: el solaz y esparcimiento que significa un juego muy extendido, el de saltar a la comba; así como la figura de la joven que practica e invita a la danza; infancia y juventud excelentemente retratada por el maestro de la Era Alta.
La Fundación “Antonio Campillo”, anuncia que se volverá a disfrutar de estas dos esculturas, reproducidas con los moldes originales, autorizan la reproducción. No puedo ni quiero evitar que emerja aquí la obra de Walter Benjamin “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, -y pido disculpas por la erudición y la larga cita-, donde el filósofo afirma que “El aquí y ahora del original constituye el concepto de su autenticidad. (…) lo auténtico conserva su autoridad plena, mientras que no ocurre lo mismo cara a la reproducción técnica. […] Las circunstancias en que se ponga al producto de la reproducción de una obra de arte, quizás dejen intacta la consistencia de ésta, pero en cualquier caso deprecian su aquí y ahora. (…) Sin embargo, el proceso aqueja en el objeto de arte una médula sensibilísima que ningún objeto natural posee en grado tan vulnerable. Se trata de su autenticidad. La autenticidad de una cosa es la cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica”.
Estoy de acuerdo con W. Benjamin: la reproducción, aunque técnicamente perfecta,… ya no será lo mismo. (Y esto lo digo por quienes han destrozado las esculturas; -que deben ser encontrados, juzgados y castigados-; no por quienes, obviamente, procurarán que las podamos contemplar nuevamente, y por lo que hay que felicitarles).
Pero, bueno, no podemos hacer otra cosa que aceptarlo así y conformarnos, para que la obra de Antonio Campillo vuelva a su lugar y siga siendo destello y alumbre la figura de la mujer murciana, de la que se hace eco el arte.
Aquí queda mi indignación. También mi esperanza.

sábado, 6 de agosto de 2011

El DESCENDIMIENTO, de Caravaggio, en el museo de El Prado.

Madrid se prepara, porque viene Benedicto XVI (ya sabemos: el Papa). Por todas partes hay vallas, (no sólo por los del movimiento 15-M), y en su interior se prepara algún armazón y tarimas desde las que el pontífice se dirigirá a los jóvenes concentrados para escucharle.
Los museos no han querido ser menos y se han puesto a participar.
¿Cómo?
Pues en una especie de “guiño”, entre lo colaborador y el homenaje a los motivos de la religiosa presencia católica.
Así, el museo Thyssen ha titulado “Encuentros” a una sala especialmente habilitada para pintura de escenas religiosas de los siglos XIV al XVIII. (Destaco, por excelentemente soberbia, “La cena de Emaús”, de Mathias Stom).
Este lienzo describe un episodio tomado del Evangelio, donde se narra cómo dos discípulos cenan en Emaús con un extraño que resulta ser Jesús, y a quien reconocen por su forma de repartir el pan, en una expresión de sorpresa y estupefacción. La escena transcurre en un interior iluminado por una vela cuya luz provoca un claroscuro (se nota la influencia de Caravaggio).

El museo del Prado, también se suma a tener presencia en el evento. Y por su obvia colección y fondos, ha programado La Palabra hecha imagen. Pinturas de Cristo”.
De la que los responsables han destacado “El Descendimiento”, de Caravaggio, dedicándole un espacio específico y singular.
Hasta el punto que, a cada hora, aparece un/una especialista en arte y lo explica, gratuitamente, a todos quienes quieran escuchar/ver.
En este cuadro de Caravaggio tiene especial y relevante importancia –además de la escena en sí- la losa-piedra que servirá, primero, para embalsamar a Cristo muerto; y, después, servirá de cobertura de la tumba. Tiene, por tanto, el sentido y significado de “piedra angular” donde se fundamenta la Iglesia.
Es el esquema compositivo que ofrece la idea de lo sólido, lo compacto. Y se sigue en esta representación en la disposición integrada por un grupo humano que se recorta y sobresale de un fondo oscuro. Constituido conforme a una línea diagonal que, desde el ángulo inferior izquierdo, en un juego de luces y sombras:
• Cristo bello y hermoso, sin sufrimiento. Incluso tenues son las marcas de la herida del costado y de los clavos en las manos. Su mano apunta a la piedra, como señalando “lo angular”, el fundamento. (Caravaggio ha imitado la forma y posición de Cristo de acuerdo con La pietá, de Miguel Ángel).
• Nicodemo sostiene las piernas con esfuerzo pero sin fatiga.
• Juan, el discípulo, sostiene el tronco.
• Detrás está la Madre, en la que Caravaggio ha reflejado el paso del tiempo: es madre de un hombre, luego ella es mayor, (contraviniendo las normas que dicen que la Virgen Madre ha de ser joven y guapa), donde María, en actitud de abrazo y acogida, quiere integrar a su Hijo y a quienes le ayudan.
• Detrás, María Magdalena llora.
• Hasta aquí todas son expresiones que miran hacia abajo. El contrapunto lo pone María de Cleofás, que levanta los brazos requiriendo del cielo un reconocimiento de la trascendental situación.
Son formas diversas de manifestar el dolor.
Es éste un cuadro de los llamados “de altar”, hecho para ser contemplado largamente, durante ceremonias religiosas.
Un cuadro de esplendor y significado; merece verse así en esta temporalidad, en una sala específicamente destinada.
Una gozada contemplarlo.

viernes, 5 de agosto de 2011

ANTONIO LÓPEZ, artista en exposición: hay que verla.

He visitado, en este agosto, la exposición que, desde se inauguró, aguarda turno, como si fuera una cita en el calendario de lo que uno debe ver (pasa más o menos igual con lo que hay que leer). Los libros, quizá, pueden esperar. Pero la obra de un artista (tan completo como Antonio López), que llega cuando los museos quieren; hay que verla, pues la evidencia de su perentoriedad, de que en poco más de un mes se clausurará: es ahora cuando lo tenía que ver, este es el tiempo preciso.
Es una exposición ejemplar, -en el museo Thyssen, de Madrid-, de una generosa sere
nidad. Este genio de la pintura y la escultura, Antonio López, se encuentra en el momento adecuado para ser admirado.

Muchos entendidos califican a Antonio López de pintor realista, hiperrealista. Quizá porque su obra transmite
y expresa cómo las diversas realidades domésticas que reconocemos nos parecen “reales”, cuando resulta que es que nos reconocemos en ellas, nos proyectamos. No se trata de copias del natural.
En mi ignorancia de lo que se refiere al arte, me atrevo a decir que lo real que vemos en la obra de Antonio López alcanza contenidos fronterizos con el sueño y la interpretación: donde la idea sale de la vida, de la realidad. El pintor utiliza la pintura para relatar sus visiones, que son el resultado de un largo
y perseverante proceso lleno de sacrificios y de reglas, hasta el punto de que casi nunca da por terminadas sus obras.
Plantándose delante de cada uno de sus cuadros, podemos comprobar que, además de genio, talento e inspiración, hay honradez y trabajo en su singular potencia creadora.
Como él mismo dice: "Hace falta mucha imaginación para leer la realidad”. Pues toda realidad oculta un misterio. Y este es el caso de Antonio López.
La experiencia de asistir a la exposición es sensitiva, previa a cualquier razonamiento estét
ico. Lo pintado no es lo que la mirada advierte: es sobre todo lo retenido en esa otra intuición de la mirada que el arte posibilita.
Antonio López reinventa la realidad, la rehace, más allá de la indudable sabiduría técnica. Una calle, una azotea, una ventana, un paisaje desde donde se contempla el espectáculo magnífico de la cotidianidad. El pintor pregunta y dialoga con el entorno, con una voluntad irrepetible de precisión. Los retratos de
Antonio López disponen de la misma inquietante seducción que sus paisajes: exteriorizan su intimidad, comparten la misma quietud. Las figuras pintadas, dibujadas, esculpidas, son retratos expresivos de la perfección.

No se puede perder asistir a esta exposición, de un artista que ya pertenece a la historia y al concepto de “clásico”, de una calidad suprema, que no es necesario comparar con los geniales clásicos que todos tenemos en la mente, desde antes de Velázquez hasta hoy.