martes, 12 de marzo de 2013

11 - M: INCESANTE ESCALOFRÍO, DOLOR, TRISTEZA Y DESCONCIERTO.


(En el día después al 11 de marzo).

El principio del recuerdo lo sitúo en el autobús urbano, yendo hacia el trabajo. Como todas las mañanas, también aquella se oía la radio. Súbitamente, cambian las palabras y el tono en quienes están en los micrófonos de la emisora: se va creciendo desde lo dramático a lo desgarrado; todo se transforma hacia la tensión inquieta y el sobresalto de espanto. Informan atropelladamente y en desconcierto de que en diversos trenes y estaciones de Madrid y sus proximidades, también en la de Atocha, ha habido tremendas explosiones. Son atentados terroristas.
Desde aquí, a 400 kilómetros de allí, el autobús seguía el itinerario en un sobrecogedor silencio, sólo quebrado por la aceleración del motor y el chirrido de los frenos.
Se escuchaba la incesante y apresurada crónica, descompuesta y plagada de horror e inerme angustia: explosiones en los trenes,… Empieza y crece la cuenta de muertos y heridos,… Las palabras se atropellan en la boca de los cronistas radiofónicos. Es muy duro y sobrecogedor escuchar. Así estaba ocurriendo.
Y pasan los años. Se convierte en un hecho histórico, más que un episodio, más que un testimonio; en él se contiene y se avisa de que la amenaza terrorista y la intolerancia siguen vigentes.

Las víctimas del terrorismo no pueden dejar de ser un referente moral, que ayude a crecer humanamente y a vivir. El momento del 11 marzo de 2004 no puede quedarse relegado en un recuerdo apuntado en la agenda de cada año que transcurre, sino que es y sigue siendo un hecho que condiciona el sentido de la vida, como primer derecho y valor universal; y para tender a superar los sinsentidos -perpetrados por humanos, vaya,…- de los terroristas y sus ideólogos.

Pero, ‘ah!,  hay quienes quieren conservarlo “vivo” -?- de otra manera: con la constante siembra de dudas sobre la autoría, apuntando, con anidado rencor y resentimiento, casi incomprensible entre afectados iguales, que somos todos, –el dolor no sólo es de las víctimas, aunque en ellas sea principal y cardinal-, por la matanza y destrucción.
No acierto a comprender qué se pretende y qué se gana con lanzarse sospechas y culpas entre españoles e instituciones. Dudar, tras nueve años del doloroso acontecimiento, sólo puede conducir al fraccionamiento social entre igualmente golpeados y doloridos.

Pero los muertos, heridos y afectados por el 11-M ahí siguen estando: en la permanente memoria de su sacrificio impenetrable, que informa e ilumina, -si queremos así recibirlo y entenderlo-, de lo que debemos sentir y procurar hacer para seguir con ánimo en la convivencia.

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