sábado, 13 de julio de 2013

Visitando la obra de ANTONIO CAMPILLO en su oasis dispuesto. (II)


La mirada en las esculturas.

En sus figuras, Antonio Campillo significa y pone de manifiesto que cada escultura humana tiene una mirada personal y distinta de las otras. Lo hemos ido observando en sus escultóricas mujeres: la mirada de cada uno de los bustos de sus damas, o de sus mujeres en bicicleta está meditada, explorada, trabajada para ser distinta y diferenciada, –podríamos afirmar que individual y misteriosamente caracterizadas-. 

La que está “Saltando a la comba, es inconfundible con la de “La Danza o de cualquier otra que, a su vez, son distintas aun manteniendo el estilo. 
Los ojos, en la sencillez de su oquedad y hendidura, relacionados con las cejas y la frente, teniendo en cuenta la inclinación de la cabeza, hace que cada mirada sea creativamente real, más allá o más a acá de lo fantástico y la invención, pues en ella se narran las historias de estas dinámicas esculturas.
Es una sugerencia y encargo para la observación atenta y comparativa, de una de una de las principales virtudes –entre muchas en su obra-, de este gran escultor, que enuncia miradas poéticas con vínculo con la tradición sin renunciar a la influencia expresiva de la personalidad abierta, sencilla y expresada de cada representación figurativa.
Y así, también con insinuación pero sin injerencia, hay que acercarse a la mirada de las figuras de los relieves, apreciando la importancia que Antonio Campillo logra y concede a la profundidad, naturalidad y verdad de las miradas, en las que funde con su maestría la tradición y la modernidad, donde se entrecruzan mundos distantes, pero en ineludible contacto.


Discernir los elementos e insinuaciones en la obra de Antonio Campillo resulte acaso difícilmente alcanzable, pues los temas y los sentimientos son distinguida y notoriamente recogidos de expresiones vitales humanas, evidentemente normales, -que no vulgares-: preferencia por lo visual, cierta poética tristeza a través de lo inevitablemente imperfecto, esencialmente humano. No hay extravagancia en sus formas de mirar, averiguando y reconociendo la lejanía desde la profundidad cercana, con estilo siempre diáfano.

Descubramos el modo de mirar, en su elegancia y delicadeza, que las alegorías manifiestan y podremos concluir en que cada mirada es un poema.
(Aunque como  decía el grupo musical 'Golpes bajos', de los años 80 del siglo pasado, son "Malos tiempos para la lírica").

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Los escenarios de ocho en relieve. (I)


Abordaremos hoy sólo dos del friso que contiene ocho, comenzando de izquierda a derecha.

1.- Maternidad.

Tema, figura y representación universales, que nunca deja de cautivar y sorprender: La “Maternidad. Antonio Campillo recoge y condensa la fortaleza de la Madre y lo que simboliza: sin perder la calma y la decisión de lo que ha de hacerse, aguanta el peso del hijo sentado sobre su hombro, quien apoya el brazo y pies en la cabeza y pecho maternos, con la seguridad de que ahí no va a haber descuido, fallo ni fraude.
También el cántaro de agua bien asido. Todo ello afirmado en las fuertes piernas de la mujer, que la disponen para aguantar caminar con decisión, sin desmayo. Aún con toda la carga que lleva, le “sobra” -?- y dispone de una mano, un brazo para atender a otras necesidades.
Esa es la figura y los hechos de la Madre, que cubre su cabeza con un pañuelo, sin presumir de cabello, y su atuendo no indica presunción sino funcionalidad. Hay en esta figura materna una ruda expresión de sensibilidad hacia todo lo que hace y ha de hacer, como eje y núcleo del movimiento de la vida.

Y su mirada, entre acerada y triste, resignada y decidida, nos habla de que no hay lugar para el decaimiento, con la conciencia de pertenencia a un mundo, a un duro paisaje con su capacidad para sobrevivir, para vivir emociones intensas, sin permitir que sean explicadas. La Maternidad deja una huella lo suficientemente poderosa para considerarla firme. Antonio Campillo ha llegado a recogerlo y expresarlo mediante un proceso de reconocimiento de un personaje esculpido con talento y emoción, la que aporta a la vida de que la que es ineludible apoyo.

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2.- Segador.

Esta figura masculina, de hombre joven fuerte y curtido por las labores del campo, recoge el momento de haber concluido la labor de siega y, ahora, transporta una gran gavilla de cereal, seguramente camino del granero, donde guardarla; o quizá hacia la era, donde extender la mies en parva para la trilla, para separar el grano de la paja.
Mira con ojos amables pero cansados; su expresión es esperanzadora como lo que se espera que ha de obtenerse de la carga que transporta.


En su expresión se manifiesta la necesidad de comunión con la naturaleza, como un hondo sentido con ella. Su argumento contiene amor y un drama latente de comedida belleza, sorprendente y sobriamente esmerado.
 Un cuadro figurativo en el que los elementos reales son un homenaje a un oficio que casi ha desaparecido, tras las cosechadoras mecánicas. Mediante unos trazos personalísimos, se explica un mundo emotivo en el que late una sensibilidad envolvente y sugestiva. 

¿Qué es lo que hace que en este relieve los elementos emocionales sean importantes? Es el estilo, la expresión como materia, tan lírica, que produce un efecto de poema en piedra, hombre que avanza con extraordinaria ligereza, a pesar de ir cargado. Y ya está. Con esta sobriedad se ha descrito todo un mundo, pleno de naturalidad acentuada en sus interminables caminatas por el campo.

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(Seguiremos en otra ocasión, con más figuras alegóricas contenidas en el relieve).

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