La mirada en las
esculturas.
En sus figuras, Antonio Campillo significa y pone de
manifiesto que cada escultura humana tiene una mirada personal y distinta de
las otras. Lo hemos ido observando en sus escultóricas mujeres: la mirada de cada
uno de los bustos de sus damas, o de sus mujeres en bicicleta está meditada,
explorada, trabajada para ser distinta y diferenciada, –podríamos afirmar que
individual y misteriosamente caracterizadas-.
La que está “Saltando
a la comba”, es inconfundible
con la de “La Danza” o de cualquier otra que, a su vez, son
distintas aun manteniendo el estilo.
Los ojos, en la sencillez de su oquedad y hendidura, relacionados con las
cejas y la frente, teniendo en cuenta la inclinación de la cabeza, hace que
cada mirada sea creativamente real, más allá o más a acá de lo fantástico y la
invención, pues en ella se narran las historias de estas dinámicas esculturas.
Es una sugerencia y encargo para la observación atenta y comparativa, de
una de una de las principales virtudes –entre muchas en su obra-, de este gran
escultor, que enuncia miradas poéticas con vínculo con la tradición sin
renunciar a la influencia expresiva de la personalidad abierta, sencilla y
expresada de cada representación figurativa.
Y así, también con insinuación pero sin injerencia, hay que acercarse a
la mirada de las figuras de los relieves, apreciando la importancia que Antonio
Campillo logra y concede a la profundidad, naturalidad y verdad de las miradas,
en las que funde con su maestría la tradición y la modernidad, donde se
entrecruzan mundos distantes, pero en ineludible contacto.
Discernir los elementos e insinuaciones en la
obra de Antonio Campillo resulte acaso difícilmente alcanzable, pues los temas
y los sentimientos son distinguida y notoriamente recogidos de expresiones
vitales humanas, evidentemente normales, -que no vulgares-: preferencia por lo
visual, cierta poética tristeza a través de lo inevitablemente imperfecto,
esencialmente humano. No hay extravagancia en sus formas de mirar, averiguando
y reconociendo la lejanía desde la profundidad cercana, con estilo siempre diáfano.
Descubramos el modo de mirar, en su elegancia y delicadeza, que las
alegorías manifiestan y podremos concluir en que cada mirada es un poema.
(Aunque como decía el grupo musical 'Golpes bajos', de los años 80 del siglo pasado, son "Malos tiempos para la lírica").
************
Abordaremos hoy
sólo dos del friso que contiene ocho, comenzando de izquierda a derecha.
1.- Maternidad.
Tema,
figura y representación universales, que nunca deja de cautivar y sorprender:
La “Maternidad”. Antonio Campillo recoge y condensa la
fortaleza de la Madre y lo que simboliza: sin perder la calma y la decisión de
lo que ha de hacerse, aguanta el peso del hijo sentado sobre su hombro, quien apoya
el brazo y pies en la cabeza y pecho maternos, con la seguridad de que ahí no
va a haber descuido, fallo ni fraude.
También
el cántaro de agua bien asido. Todo ello afirmado en las fuertes piernas de la
mujer, que la disponen para aguantar caminar con decisión, sin desmayo. Aún con
toda la carga que lleva, le “sobra” -?- y dispone de una mano, un brazo para
atender a otras necesidades.
Esa
es la figura y los hechos de la Madre, que cubre su cabeza con un pañuelo, sin
presumir de cabello, y su atuendo no indica presunción sino funcionalidad. Hay en
esta figura materna una ruda expresión de sensibilidad hacia todo lo que hace y
ha de hacer, como eje y núcleo del movimiento de la vida.
Y su
mirada, entre acerada y triste, resignada y decidida, nos habla de que no hay lugar
para el decaimiento, con la conciencia de pertenencia a un mundo, a un duro paisaje
con su capacidad para sobrevivir, para vivir emociones intensas, sin permitir que sean
explicadas. La Maternidad deja una huella lo suficientemente poderosa para
considerarla firme. Antonio Campillo ha llegado a recogerlo y expresarlo mediante
un proceso de reconocimiento de un personaje esculpido con talento y emoción,
la que aporta a la vida de que la que es ineludible apoyo.
**************************
2.- Segador.
Esta
figura masculina, de hombre joven fuerte y curtido por las labores del campo, recoge
el momento de haber concluido la labor de siega y, ahora, transporta una gran gavilla
de cereal, seguramente camino del granero, donde guardarla; o quizá hacia la
era, donde extender la mies en parva para la trilla, para separar el grano de
la paja.
Mira
con ojos amables pero cansados; su expresión es esperanzadora como lo que se
espera que ha de obtenerse de la carga que transporta.
En su
expresión se manifiesta la necesidad de comunión con la naturaleza, como un
hondo sentido con ella. Su argumento contiene amor y un drama latente de comedida
belleza, sorprendente y sobriamente esmerado.
Un
cuadro figurativo en el que los elementos reales son un homenaje a un oficio
que casi ha desaparecido, tras las cosechadoras mecánicas. Mediante unos trazos
personalísimos, se explica un mundo emotivo en el que late una sensibilidad envolvente y
sugestiva.
¿Qué es lo que hace que en este relieve los elementos emocionales
sean importantes? Es el estilo, la expresión como materia, tan lírica, que produce
un efecto de poema en piedra, hombre que avanza con extraordinaria ligereza, a
pesar de ir cargado. Y ya está. Con esta sobriedad se ha descrito todo un mundo,
pleno de naturalidad acentuada en sus interminables caminatas por el campo.
…………………………
(Seguiremos
en otra ocasión, con más figuras alegóricas contenidas en el relieve).
No hay comentarios:
Publicar un comentario