viernes, 2 de agosto de 2013

En esta fronteriza visita a la obra de ANTONIO CAMPILLO en su parque. (Y III)

Forma de vestir, situación social y oficio en los relieves de Antonio Campillo.

Concluimos, por hoy y ahora, el paseo por las alegóricas figuras del relieve y la franja de su friso.
Son las cinco y media de la tarde; el calor veraniego empieza a notarse en una Murcia de principios de Agosto. He dejado la fresca sala de la cercana Biblioteca Regional de Murcia para conversar con la obra de Antonio Campillo. Este parque es un lugar abierto, circula el aire y no así los escasos vehículos a motor, en una tarde de viernes agosteño. La hora y el ambiente los considero murcianos, - ardientes y húmedos, de sudor incómodo-, pero, a su vez, tranquilo para conversar con las obras de arte mientras se siente el aroma del césped caliente. Sí, hay que estar entusiasmado para venir en este horario, pero me resulta una promesa  que, tras un acercamiento a la obra, indudablemente remarcable, la mirada no está alterada ni  distorsionada por el calor, ya que la luz llega a todos los rincones del friso. La obra de A. Campillo se inscribe en un mundo diverso y de contrastes, el del momento actual y el de la representación de cuando el tiempo era presente.


Las esculturas de la primera sección del parque escultórico se muestran desnudas, en escenas íntimas y cotidianas, sin alarde impúdico. Su “piel” concuerda con el concepto de mujer sencilla, corriente, casi universal, representativa murciana, reflejo de escenas cotidianas que nada tienen que ver con pasarelas de moda o modelos de portadas de revista de color.




Es lo que muestra la “Alegoría de la Primavera”, -elemento escultórico del segundo espacio del parque-, en su desnudez: en primavera, todavía los árboles y plantas no están ‘vestidos’ pero sus flores son llamativas.

Vestir es no sólo en el refugio ideal de cada protagonista, sino también en un mundo por rescatar, al que Antonio Campillo dirige un más que conmovedor homenaje. Destacar cómo es el atuendo de las figuras de los relieves, nos transporta a una etapa histórica, o simbólica, en la que la forma de vestir era reflejo de la circunstancia laboral o clase social  -la posición social es un rol- a la que se pertenecía, y que se adaptaba a unas exigencias asignadas, casi por estratos sociales. Así:

· La mujer que personifica a la Maternidad viste de forma sencilla, con vestidura sin pretensiones ni ajustes, no aspira resaltar nada: el atuendo es amplio y sin estrecheces, funcional y adaptado, coherente. Explicado con sólo los trazos del dibujo, habla de que su vida está dedicada a ser madre y no cuenta consigo misma, unidad y pieza organizadora de la casa y de las tareas domésticas, algunas de ellas de atención a la huerta cercana.








· Blusón del segador, largo y holgado, sin cuello, con pinzas que le permitan ceder, dejarlo extender sin estirar, sin ajustarse al cuerpo cuando se mueven los brazos en todas las direcciones, tanto en la siega como en la carga. El pantalón amplio, de tela fuerte, por encima de los tobillos, para que no se enrede ni se atasque en las malezas ni en los rastrojos. Es el vestido de un trabajador concreto: campesino recolector, el segador.








· La cabeza de la joven del “fruto de la vida” se muestra cubierta, dejando ver la raya del peinado, todo el rostro y una sensualidad del cuello. El vestido cubre el cuerpo, pero se ajusta en el pecho y en el abdomen, destacándolos, -ya que ellos son la fuente de vida-. Son atractivos necesarios, suponen una llamada y aviso para que la vida se perpetúe. Son ejes en torno a los cuales gravita el discurso vital. Los brazos, al descubierto, son esencialmente fuertes, para transportar y cuidar los importantes frutos. Las piernas se ‘acortan’ por la extensión y alargado del vestido; el calzado, plano y cómodo, para aguantar el peso, el tiempo y las caminatas.





· El Flautista viste sencillo, pertenece al estado llano, es un hombre de la tierra que tiene la habilidad y el gusto por la música de viento. Aunque su atavío es aparentemente escueto y humilde, podemos señalar –sin miedo a equivocarnos- que es un traje de fiesta: muestra adornos en mangas y perneras, y la botonadura está confeccionada con esmero. Es persona que se ofrece a la mirada de los espectadores, un personaje singular, distinto y destacado, por su forma de mostrarse y por su largo pelo, inusual entre los hombres del lugar.





· La Virgen revelada en su estado por el ángel.
   Los trazos del plumaje que caracterizan al ángel anunciador, puestos arriba, se distinguen del vestido de la Anunciada. Las líneas confluyen en lo que se anuncia: el embarazo, la vida contenida en el interior que flanquean caderas y muslos fuertes, que se vislumbran bajo la larga falda, que está en consonancia con el tema/concepto de la escultura. La parte de arriba, por tanto, es simple, porque la importancia reside en el vientre. Los pies, descalzos, tocando tierra, en la aceptación de lo anunciado.




· El secuestrador de nidos (“Cogiendo nidos”) es poco más que un niño, un adolescente que, para subir a los árboles, -además de su vigor de joven, precisa ropa cómoda y flexible: camiseta de manga corta, sombrero caído sobre la espalda, (estorba a la vista y al encuentro con las ramas); y pantalón dinámico. Pero aquí se trata de un nido urbano, doméstico. De ahí el protagonismo de la silla usada como escalera. (La silla tiene una importante en la obra de Antonio Campillo: es apoyo y es descanso, a la vez que seña de identidad).









· Bordadora, dedicada a su labor primorosa y esmerada, eleva tirante el hilo tras dar la puntada, no está molesta con el pájaro posado en su mano, al que mira como a una inspiración. Antonio Campillo señala su pelo oculto, recogido y envuelto en un amplio y arreglado pañuelo, para que el cabello suelto no entorpezca la mirada atenta. Sobre sus hombros y espalda, -que se suele enfriar por la concentración y la quietud corporal-, un chal. El bastidor se apoya en el delantal, mientras la falda baja más allá de las rodillas de las piernas recogidas. Mujer vestida para esta labor noble, delicada, que practicaban habitualmente en las tardes y noches.


· Y por último, “La Siembra”. Plenamente alegórica. Momento mágico de hacer propicio el suelo donde cae, y favorecer prodigiosamente el buen resultado. Tan importante es el momento de la siembra que A. Campillo lo recoge en el misterio y esperanza, casi mitológicos o de halo religioso, que sienten los agricultores ante el hermoso enigma de sembrar y, luego, recoger la cosecha.
El vestido del ángel sembrador, provisto de abundante semilla, cubre por completo un proporcionado y asexuado cuerpo, ser espiritual que debe concurrir y favorecer lo material. Lo importante es la labor de desparramar y esparcir la simiente, aguardando la abundante y mejor recolección. Propiciar la posible desde lo utópico. aquello que desea, porque no siempre es alcanzable.

Y esto tiene relación con la escultura “Fecundidad”, -que está separadamente cercana al friso-, entendida como un tótem que muestra el objeto de deseo, donde un insinuado y largo pañuelo apenas cubre al ángel –ente asexuado- que desparrama sus bienes salidos generosamente del cántaro.



· El “Atardecer”, habitado por una sentada figura femenina que mira hacia atrás, al día que se despide, viste un tenue vestido, ligero para el momento antes de la noche. Es un ropaje fugaz, como el momento del crepúsculo. Enseguida irá al baño y su cabeza está envuelta para que no se moje en el cabello. La cordura de los diferentes valores simbólicos que se ahí se encuentran.

Pero hay que seguir buscando poner de manifiesto más aspectos de estas obras de Antonio Campillo, que requieren madurez y, sobre todo, responsabilidad en lo que se hace y se transmite. Metáforas de la sociedad misma, recreación de una generación inmersa en los problemas laborales y sociales de su momento. Pero, porque todos representamos un rol, a todos se nos impone un determinado rol para cumplir: el trabajo por sí mismo, se muestra en esas figuras que son sujetos que pueden reconocerse actualmente, porque contienen algo, bastante, de universalidad; sobre todo si pensamos en los orígenes en que se sitúan, en las circunstancias geográficas y sociales, en aspectos educativos, desde los cuales venimos y hemos crecido y despegado, dejándolos atrás, pero no mucho. Es la crisis del rol que la sociedad impone, y que Antonio Campillo homenajea.

1 comentario:

  1. Me gustan las esculturas de A. Campillo y me gusta como están explicadas.

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