Forma de vestir, situación social
y oficio en los relieves de Antonio Campillo.
Concluimos, por hoy y ahora, el
paseo por las alegóricas figuras del relieve y la franja de su friso.
Son las cinco y media de la
tarde; el calor veraniego empieza a notarse en una Murcia de principios de Agosto.
He dejado la fresca sala de la cercana Biblioteca Regional de Murcia para
conversar con la obra de Antonio Campillo. Este parque es un lugar abierto, circula
el aire y no así los escasos vehículos a motor, en una tarde de viernes
agosteño. La hora y el ambiente los considero murcianos, - ardientes y húmedos,
de sudor incómodo-, pero, a su vez, tranquilo para conversar con las obras de
arte mientras se siente el aroma del césped caliente. Sí, hay que estar entusiasmado
para venir en este horario, pero me resulta una promesa que, tras un acercamiento a la obra,
indudablemente remarcable, la mirada no está alterada ni distorsionada por el calor, ya que la luz
llega a todos los rincones del friso. La obra de A. Campillo se inscribe en un
mundo diverso y de contrastes, el del momento actual y el de la representación de
cuando el tiempo era presente.
Las esculturas de la primera
sección del parque escultórico se muestran desnudas, en escenas íntimas y
cotidianas, sin alarde impúdico. Su “piel” concuerda con el concepto de mujer
sencilla, corriente, casi universal, representativa murciana, reflejo de
escenas cotidianas que nada tienen que ver con pasarelas de moda o modelos de
portadas de revista de color.
Es lo que muestra la “Alegoría de
la Primavera ”,
-elemento escultórico del segundo espacio del parque-, en su desnudez: en primavera, todavía
los árboles y plantas no están ‘vestidos’ pero sus flores son llamativas.
Vestir es no sólo en el refugio
ideal de cada protagonista, sino también en un mundo por rescatar, al que
Antonio Campillo dirige un más que conmovedor homenaje. Destacar cómo es el
atuendo de las figuras de los relieves, nos transporta a una etapa histórica, o
simbólica, en la que la forma de vestir era reflejo de la circunstancia laboral
o clase social -la posición social es un rol- a la
que se pertenecía, y que se adaptaba a unas exigencias asignadas, casi por
estratos sociales. Así:
·
La mujer que personifica a la
Maternidad viste de forma sencilla, con vestidura sin pretensiones
ni ajustes, no aspira resaltar nada: el atuendo es amplio y sin estrecheces,
funcional y adaptado, coherente. Explicado con sólo los trazos del dibujo, habla de que su vida está dedicada a ser madre y no cuenta consigo misma,
unidad y pieza organizadora de la casa y de las tareas domésticas, algunas de
ellas de atención a la huerta cercana.
·
Blusón del segador, largo y holgado, sin cuello, con pinzas que le permitan ceder,
dejarlo extender sin estirar, sin ajustarse al cuerpo cuando se mueven los
brazos en todas las direcciones, tanto en la siega como en la carga. El pantalón
amplio, de tela fuerte, por encima de los tobillos, para que no se enrede ni se
atasque en las malezas ni en los rastrojos. Es el vestido de un trabajador
concreto: campesino recolector, el segador.
· La
cabeza de la joven del “fruto de la vida” se muestra cubierta, dejando ver la
raya del peinado, todo el rostro y una sensualidad del cuello. El vestido cubre
el cuerpo, pero se ajusta en el pecho y en el abdomen, destacándolos, -ya que ellos
son la fuente de vida-. Son atractivos necesarios, suponen una llamada y aviso
para que la vida se perpetúe. Son
ejes en torno a los cuales gravita el discurso vital. Los brazos,
al descubierto, son esencialmente fuertes, para transportar y cuidar los importantes
frutos. Las piernas se ‘acortan’ por la extensión y alargado del vestido; el
calzado, plano y cómodo, para aguantar el peso, el tiempo y las caminatas.
· El
Flautista viste sencillo, pertenece al estado llano, es un hombre de la tierra
que tiene la habilidad y el gusto por la música de viento. Aunque su atavío es
aparentemente escueto y humilde, podemos señalar –sin miedo a equivocarnos- que
es un traje de fiesta: muestra adornos en mangas y perneras, y la botonadura está
confeccionada con esmero. Es persona que se ofrece a la mirada de los
espectadores, un personaje singular, distinto y destacado, por su forma de
mostrarse y por su largo pelo, inusual entre los hombres del lugar.
·
La Virgen revelada
en su estado por el ángel.
Los trazos del plumaje que caracterizan al ángel
anunciador, puestos arriba, se distinguen del vestido de la Anunciada. Las
líneas confluyen en lo que se anuncia: el embarazo, la vida contenida en el
interior que flanquean caderas y muslos fuertes, que se vislumbran bajo la
larga falda, que está en consonancia con el tema/concepto de la escultura. La
parte de arriba, por tanto, es simple, porque la importancia reside en el vientre.
Los pies, descalzos, tocando tierra, en la aceptación de lo anunciado.
·
El secuestrador de nidos (“Cogiendo nidos”) es poco más que un niño, un adolescente
que, para subir a los árboles, -además de su vigor de joven, precisa ropa cómoda
y flexible: camiseta de manga corta, sombrero caído sobre la espalda, (estorba
a la vista y al encuentro con las ramas); y pantalón dinámico. Pero aquí se trata de un nido urbano, doméstico. De ahí el protagonismo de la silla usada como escalera. (La silla tiene una importante en la obra de Antonio Campillo: es apoyo y es descanso, a la vez que seña de identidad).
·
Bordadora, dedicada a su labor primorosa y esmerada, eleva tirante el hilo tras
dar la puntada, no está molesta con el pájaro posado en su mano, al que mira
como a una inspiración. Antonio Campillo señala su pelo oculto, recogido y envuelto
en un amplio y arreglado pañuelo, para que el cabello suelto no entorpezca la
mirada atenta. Sobre sus hombros y espalda, -que se suele enfriar por la
concentración y la quietud corporal-, un chal. El bastidor se apoya en el
delantal, mientras la falda baja más allá de las rodillas de las piernas
recogidas. Mujer vestida para esta labor noble, delicada, que practicaban habitualmente
en las tardes y noches.
·
Y por último, “La Siembra ”.
Plenamente alegórica. Momento mágico de hacer propicio el suelo donde cae, y
favorecer prodigiosamente el buen resultado. Tan importante es el momento de la
siembra que A. Campillo lo recoge en el misterio y esperanza, casi mitológicos
o de halo religioso, que sienten los agricultores ante el hermoso enigma de
sembrar y, luego, recoger la cosecha.
El
vestido del ángel sembrador, provisto de abundante semilla, cubre por completo
un proporcionado y asexuado cuerpo, ser espiritual que debe concurrir y favorecer
lo material. Lo importante es la labor de desparramar y esparcir la simiente,
aguardando la abundante y mejor recolección. Propiciar la posible desde lo
utópico. aquello que desea, porque no siempre es alcanzable.
Y
esto tiene relación con la escultura “Fecundidad”, -que está separadamente
cercana al friso-, entendida como un
tótem que muestra el objeto de deseo, donde un insinuado y largo pañuelo
apenas cubre al ángel –ente asexuado- que desparrama sus bienes salidos generosamente
del cántaro.
·
El “Atardecer”, habitado por una sentada figura femenina que mira hacia atrás,
al día que se despide, viste un tenue vestido, ligero para el momento antes de la
noche. Es un ropaje fugaz, como el momento del crepúsculo. Enseguida irá al
baño y su cabeza está envuelta para que no se moje en el cabello. La cordura de
los diferentes valores simbólicos que se ahí se encuentran.
Pero hay que seguir buscando
poner de manifiesto más aspectos de estas obras de Antonio Campillo, que requieren
madurez y, sobre todo, responsabilidad en lo que se hace y se transmite. Metáforas
de la sociedad misma, recreación
de una generación inmersa en los problemas laborales y sociales de su momento.
Pero, porque todos
representamos un rol, a todos se nos impone un determinado rol para cumplir: el
trabajo por sí mismo, se muestra en esas figuras que
son sujetos que pueden reconocerse actualmente, porque
contienen algo, bastante, de universalidad; sobre todo si pensamos en los orígenes
en que se sitúan, en las circunstancias geográficas y sociales, en aspectos
educativos, desde los cuales venimos y hemos crecido y despegado, dejándolos
atrás, pero no mucho. Es la crisis del rol que la sociedad impone, y que
Antonio Campillo homenajea.
Me gustan las esculturas de A. Campillo y me gusta como están explicadas.
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