In memoriam, por Carmen, mi madre.
1920 -2014
…TU MANO ACOGIDA EN LA MÍA, EN EL ADIÓS.
Hace ya un mes que
tu fortaleza dejó de protegerte.
Estabas tranquila.
Eran más de las nueve de la noche del 7 de marzo. Habías ya tomado tu cena.
Junto a ti,
esperando que abrieras los ojos para reconocer a quienes estábamos y sonreír; con alguna de tus palabras acostumbradas con toque
de humor para las presentes, se intuía que ibas a descansar, a dormir.
Sin pensarlo ni
pedirlo, te agitaste, con una tos espesa, ronca, cargada. Te incorporamos para
evitar no sé qué... Llamé a Urgencias, pues tus ojos mostraban una mirada
corta, desvaída, sin punto fijo.
Llegaron enseguida
y, tras la exploración, afirmaban que tus constantes eran irregulares,
desequilibradas y preocupantes. Quizá lo oíste y no quisiste viajar al hospital,
a una apartada cama: te quedaste en casa, en la tuya, junto nosotros.
No estabas sola,
como habría sido en el hospital; aquí se disponían tus vecinas de toda la vida,
venidas a estar contigo, como cada día desde hace muchos, hoy con más
sobrecogimiento.
Estaba la chica que
te cuida y estaba yo.
Fueron llegando
más, pues la noticia de tu evidente marchitamiento y decadencia se extendió en
la noche por la calle. Diste tiempo a que llegaran las amigas de tu hija, mi
hermana, quien compareció en idea espiritual, y vino –ella que había sido
médico de Urgencias-, para que fueras atendida del mejor criterio y procedimiento,
sin sufrimiento.
Tu respiración se
hacía lenta y entrecortada, mi mano izquierda cogió la tuya y mi brazo derecho rodeó
tus hombros, acercándote a mí, hasta tu último aliento, intentando compartir ánimo
y conciliación que de mí pudieras acoger. Te noté tranquila. Y así fue hasta
que volvieron los de Urgencias para certificar que tu cuerpo había decidido
descansar eternamente.
Quisiste que tu
adiós fuera en tu casa, la que tantos esfuerzos y privaciones te costó levantar
y en donde tuvieron lugar todos tus momentos vitales.
En el ambiente y en
tu presencia no hubo sonoridad de aspavientos, sólo algunas lágrimas calladas y
miradas en las que nos reconocíamos. Tu espíritu, de ti y conmigo, también habitaba
entre todas las mujeres presentes, de ti muy conocidas y queridas: no estuviste
sola en tu último momento, muchos labios hablaron y riqueza de manos te
acariciaban en la serenidad lenta de tu adiós.
En la mente y en el
corazón habita un intenso frío cuando se llega a ver lo que quedó de mamá. Pensé
que este momento no habría de llegar nunca.
¿Se puede, como
hijo ya huérfano de ti, tras tantos años compartiendo tus días, responder por
quién eras realmente tú?
¿Asume un hijo lo
de completar la memoria familiar y reconstruir el pasado?
¿Puede tu ausencia
ser aliviada por lo que indague de ti, desde tu nacimiento?
¿Cómo pudieron ser tus
primeros e infantiles años que luego se fueron tiñendo de trabajo continuo,
creyendo en los horizontes de tus hijos?
Y, sin embargo, presentes
y profundas amarguras te acompañaron sobreponiéndote a ellas, luchadora y
trabajadora de siempre, donde dejaste desgarrones de tu alma llenos de dolor: con
tu hija que se fue para no volver en plena efervescencia vital y futuro; y
también con quien apenas une un hilo de
fraternidad.
En tu final de la historia
se escribe el desmoronamiento de una familia. Tu vida es el afán por entender
una irrealidad que, sin embargo, te vuelve real.
Y tu final es una
necesidad de redención. En realidad no es nada extraordinario, salvo los golpes
de dolor, que a duras penas se consiguen contar.
¿Cómo será tu
rostro auténtico, el que vivió por dentro?
El paso del tiempo
es el protagonista y es el que ya no señala el regreso reflexivo hacia los
orígenes; es una memoria contradictoria que se revela poco a poco, como si tu
cuerpo hubiera estado conformado por los sucesivos cambios.
Me atrevo a dar
como cierto, madre, que estuviste de acuerdo contigo misma, aún en retales de
distinta procedencia que elaboraron tu fe.
La Cruz torcida, que ado
ptó Juan Pablo II y que tanto gustaba a mi madre).
En lo que tanto has
creído y practicado, en la religión y sus ritos: no quisiste ser otra cosa en la vida
que una buena mujer y que tu Dios y Jesucristo te acogieran en la hora final.
Así lo espero: por ti.
Y, ahora, la muerte
es la noche para quienes de este lado estamos, como emoción y sentimiento
extremo.
Quisiera escribir
en palabras audibles -poder anotar para desvanecer, pero no para caminar hacia
atrás- los susurros, los ecos y los gritos de la insatisfacción que arranca de
la vida, en un único camino de ida.
Que sean compensados
ampliamente por tu supremo bienestar en el más allá en el que crees y habitas,
y así fuera acallado el dolor que desestabiliza el presente.
Hoy es, en el ritual
católico en que tú creías, practicabas y
vivías, “Domingo de Lázaro”, -el
anterior a Domingo de Ramos-. Tenías por él una especial adherencia,
probablemente la condición de ser resucitado por Jesucristo. Es ese capítulo
del Evangelio según san Juan.
Lázaro de Betania, hermano
de María y Marta, enfermo, muere, pero Jesús habla de que está “dormido”, y sepultado
desde hacía cuatro días. Jesús les dijo:
- "Tu hermano resucitará".
Y Jesús lloró. La
muerte tembló a su voz. Y gritó:
- "¡Lázaro, ven afuera!".
Creo, madre, que lo
de Lázaro te proveía de alegría y esperanza: no serías retenida por la muerte
para siempre.
A modo de elegía.
¿QUÉ SOMOS
Y QUÉ SENTIMOS?
Tiempo y ausencia.
"El
tiempo pasa, la eternidad es", decía Agustín de Hipona.
La personalidad se despoja del cuerpo.
Madre, pierdes tu cuerpo
Y no dejas de existir
como personalidad.
Tu laboriosidad permanece aquí,
en la unión de mente y memoria.
El viento intranquilo de la tarde
mueve la sombra sin fragmentos.
Un contrasentido estalla en el aire,
para sobrevivir,
sin más,
de una herida abierta
y de las interrogaciones…
Quizá todo sea,
al reflexionar sobre la Deidad,
un sueño esotérico y mal entendido,
quizá sólo para sobrevivir
en los colores de esta primavera.
¡Quién sabe!
Ya tiene sentido el tiempo
como los rayos de sol y luz de luna,
que lloran la agonía de la efímera existencia.
Ahora, tu naturaleza toda,
se vuelve florida
en el corazón de quienes te recordamos.
Traspasado el cristal
de una dimensión a otra,
no quieres que lloremos
en las esquinas del abandono.
Sigues ausente,
pero tú estás.
Un abrazo, Juan.
ResponderEliminarGracias, Juan, amigo. Nos emocionas con tu relato y tu poesía
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