domingo, 6 de abril de 2014

TU MANO ACOGIDA EN LA MÍA, EN EL ADIÓS.



In memoriam, por Carmen, mi madre.
1920 -2014

…TU MANO ACOGIDA EN LA MÍA, EN EL ADIÓS.

Hace ya un mes que tu fortaleza dejó de protegerte.
Estabas tranquila. Eran más de las nueve de la noche del 7 de marzo. Habías ya tomado tu cena.
Junto a ti, esperando que abrieras los ojos para reconocer a quienes estábamos y sonreír;  con alguna de tus palabras acostumbradas con toque de humor para las presentes, se intuía que ibas a descansar, a dormir.
Sin pensarlo ni pedirlo, te agitaste, con una tos espesa, ronca, cargada. Te incorporamos para evitar no sé qué... Llamé a Urgencias, pues tus ojos mostraban una mirada corta, desvaída, sin punto fijo.
Llegaron enseguida y, tras la exploración, afirmaban que tus constantes eran irregulares, desequilibradas y preocupantes. Quizá lo oíste y no quisiste viajar al hospital, a una apartada cama: te quedaste en casa, en la tuya, junto nosotros.
No estabas sola, como habría sido en el hospital; aquí se disponían tus vecinas de toda la vida, venidas a estar contigo, como cada día desde hace muchos, hoy con más sobrecogimiento.
Estaba la chica que te cuida y estaba yo.
Fueron llegando más, pues la noticia de tu evidente marchitamiento y decadencia se extendió en la noche por la calle. Diste tiempo a que llegaran las amigas de tu hija, mi hermana, quien compareció en idea espiritual, y vino –ella que había sido médico de Urgencias-, para que fueras atendida del mejor criterio y procedimiento, sin sufrimiento.

Tu respiración se hacía lenta y entrecortada, mi mano izquierda cogió la tuya y mi brazo derecho rodeó tus hombros, acercándote a mí, hasta tu último aliento, intentando compartir ánimo y conciliación que de mí pudieras acoger. Te noté tranquila. Y así fue hasta que volvieron los de Urgencias para certificar que tu cuerpo había decidido descansar eternamente.

Quisiste que tu adiós fuera en tu casa, la que tantos esfuerzos y privaciones te costó levantar y en donde tuvieron lugar todos tus momentos vitales.
En el ambiente y en tu presencia no hubo sonoridad de aspavientos, sólo algunas lágrimas calladas y miradas en las que nos reconocíamos. Tu espíritu, de ti y conmigo, también habitaba entre todas las mujeres presentes, de ti muy conocidas y queridas: no estuviste sola en tu último momento, muchos labios hablaron y riqueza de manos te acariciaban en la serenidad lenta de tu adiós.
En la mente y en el corazón habita un intenso frío cuando se llega a ver lo que quedó de mamá. Pensé que este momento no habría de llegar nunca.

¿Se puede, como hijo ya huérfano de ti, tras tantos años compartiendo tus días, responder por quién eras realmente tú?
¿Asume un hijo lo de completar la memoria familiar y reconstruir el pasado?
¿Puede tu ausencia ser aliviada por lo que indague de ti, desde tu nacimiento?
¿Cómo pudieron ser tus primeros e infantiles años que luego se fueron tiñendo de trabajo continuo, creyendo en los horizontes de tus hijos?
Y, sin embargo, presentes y profundas amarguras te acompañaron sobreponiéndote a ellas, luchadora y trabajadora de siempre, donde dejaste desgarrones de tu alma llenos de dolor: con tu hija que se fue para no volver en plena efervescencia vital y futuro; y también  con quien apenas une un hilo de fraternidad.
En tu final de la historia se escribe el desmoronamiento de una familia. Tu vida es el afán por entender una irrealidad que, sin embargo, te vuelve real.
Y tu final es una necesidad de redención. En realidad no es nada extraordinario, salvo los golpes de dolor, que a duras penas se consiguen contar.

¿Cómo será tu rostro auténtico, el que vivió por dentro?
El paso del tiempo es el protagonista y es el que ya no señala el regreso reflexivo hacia los orígenes; es una memoria contradictoria que se revela poco a poco, como si tu cuerpo hubiera estado conformado por los sucesivos cambios.

Me atrevo a dar como cierto, madre, que estuviste de acuerdo contigo misma, aún en retales de distinta procedencia que elaboraron tu fe.
La Cruz torcida, que ado

ptó Juan Pablo II y que tanto gustaba a mi madre).

En lo que tanto has creído y practicado, en la religión y sus ritos: no quisiste ser otra cosa en la vida que una buena mujer y que tu Dios y Jesucristo te acogieran en la hora final. Así lo espero: por ti.
Y, ahora, la muerte es la noche para quienes de este lado estamos, como emoción y sentimiento extremo.
Quisiera escribir en palabras audibles -poder anotar para desvanecer, pero no para caminar hacia atrás- los susurros, los ecos y los gritos de la insatisfacción que arranca de la vida, en un único camino de ida.
Que sean compensados ampliamente por tu supremo bienestar en el más allá en el que crees y habitas, y así fuera acallado el dolor que desestabiliza el presente.

Hoy es, en el ritual católico en que tú creías,  practicabas y vivías, “Domingo de Lázaro”, -el anterior a Domingo de Ramos-. Tenías por él una especial adherencia, probablemente la condición de ser resucitado por Jesucristo. Es ese capítulo del Evangelio según san Juan.
Lázaro de Betania, hermano de María y Marta, enfermo, muere, pero Jesús habla de que está “dormido”, y sepultado desde hacía cuatro días. Jesús les dijo:
- "Tu hermano resucitará".
Y Jesús lloró. La muerte tembló a su voz. Y gritó:
- "¡Lázaro, ven afuera!".

Creo, madre, que lo de Lázaro te proveía de alegría y esperanza: no serías retenida por la muerte para siempre.

A modo de elegía.

¿QUÉ SOMOS Y QUÉ SENTIMOS?

Tiempo y ausencia.
"El tiempo pasa, la eternidad es", decía Agustín de Hipona.

La personalidad se despoja del cuerpo.
Madre, pierdes tu cuerpo
Y no dejas de existir
como personalidad.

Tu laboriosidad permanece aquí,
en la unión de mente y memoria.
El viento intranquilo de la tarde
mueve la sombra sin fragmentos.
Un contrasentido estalla en el aire,
para sobrevivir,
sin más,
de una herida abierta
y de las interrogaciones…

Quizá todo sea,
al reflexionar sobre la Deidad,
un sueño esotérico y mal entendido,
quizá sólo para sobrevivir
en los colores de esta primavera.
¡Quién sabe!
Ya tiene sentido el tiempo
como los rayos de sol y luz de luna,
que lloran la agonía de la efímera existencia.
Ahora, tu naturaleza toda,
se vuelve florida
en el corazón de quienes te recordamos.
Traspasado el cristal
de una dimensión a otra,
no quieres que lloremos
en las esquinas del abandono.
Sigues ausente,
         pero tú estás.

2 comentarios: