sábado, 11 de abril de 2009

LAS GACELAS HABLAN CON UN VIVAZ LEÓN SOSEGADO


Fulgencio Martínez, para sobrevivir, se dedica a la enseñanza de la Filosofía. Y es quien necesariamente, para vivir, escribe poemas que luego apresta en libros. Los publica desde hace años. En estos días ha dado a la vista y al oído un nuevo volumen de su intensa vida poética: “León busca gacela”.
Lo leo. Intento planear cómo recibir el torrente de imágenes y palabras que emerge de este libro. Es complejo, palabras como el propio autor.
Fulgencio es, vitalmente en sí mismo, como persona que se derrama en las palabras, una combinación poemática: sonríe para denunciar situaciones ácidas, incómodas o injustas; adopta porte taciturno para hablar de las manifestaciones y los entresijos festivos y alborozados de la convivencia y el encuentro humanos. Y siempre concluye con una llamada a honrar todo lo que ocurre: si es bueno, tomaremos vino del Duero celebradamente; y si no lo es tanto, pues trataremos de sonreír con libertad mientras nos despedimos.
En este libro del que hablo, el “león fulgenciano” se ha civilizado con el contacto y trato de los humanos. Admira y necesita a las humanas gacelas, busca su proximidad y contacto, confianza e intercambio ‘en la cima del mundo’, en los niveles más altos de humanidad; por lo que ha puesto seda en las garras y rosas, con sus espinas, en los colmillos. Y se nota en que ha conjugado la descripción de cada situación vital con la actitud de sus frases inspiradas.
En el poema que da título al libro, el león es una soledad, “la sabana majestuosa de fuego y silencio”. El león está triste y trasciende su animalidad feroz mediante el sueño venusiano al encontrarse con esa cima donde todo se dice, todo se habla y se comparte. Para seguir con la expulsión de los espíritus de invierno, donde no emergía la luz.

La poesía de Fulgencio está tintada de un fuerte nihilismo: la nada se repite. Y aparecen las dudas, porque nada es seguro, aunque haya sueño por un mundo libre. Mientras no llega, hay que seguir en la cotidianeidad:
“Los que vivimos abajo
somos igual que hormigas,
tenemos hábitos poco singulares:
trabajamos, comemos y dormimos
y practicamos nuestras aventuras
a unas horas determinadas”.

Pero afuera hay ruido que altera el ánimo, nos priva de la paz de humanos normales, que podríamos conseguir la renovación de cada día recitando el poema de cada amanecer. Aunque los encuentros y desencuentros, como el sabor que se va perdiendo, conducen a la nada:
“Hoy le mandé un retrato mío,
No sé ya si soy.
Dile,
Retrato, dile
A qué sabe la nada”.
Lo que nos lleva al temor por la muerte, “que vino a jodernos a todos”.
Fulgencio pertenece a los educantes y sufre de la tristeza del aula en vacaciones, donde pudiera todo resolverse, pero sabe que los días de clase son “de sordera y engaño”; los días en el verano huyen “como un papel al viento””.
Pero revive el deseo:
“…que el deseo mío / es ya una forma / de presentimiento”.
Sensualidad e intercambio inconclusos. “Pudo ser la victoria de la risa”. Sensualidad que es descripción del diálogo sexual:
“El deseo de los dos callando en todo:
hasta tirar por el aire los caballos,
hasta derribarnos sobre los cuerpos
con furia dulce”.

Volver a lo cotidiano, aunque sea en días vacacionales, “Mediodía bajo el cielo del sur”, donde ese opta por introducir la cabeza en el agua para poder pensar y que no distraiga el incesante hormigueo desconsiderado de gente en un ignorado mar de civilización.
Pero quedan las palabras del poema, que “tienen hielo y fuego” y así ejercen su poder.
“Algo de lo escondido vuelve / si sabes esperarlo”.
Con cierto temor a que el pasado emerja como “ropa usada”: “…así la voz que tuve en un pasado / me es ahora, de ajena y actual, novísima”.
Lo hemos intentado.
Fulgencio Martínez lo ha acometido. Pero las palabras, dice, “no son salvavidas”. Y hay momentos en que hay que abandonar la razón, “…como un día en el que diese gusto / comenzar a crecer”.
¿Hay promesa de futuro en la poesía de Fulgencio Martínez? La hay, pero inconcreta:
“El vaso que busco todo el camino
no tiene hora ni día, ni reclamo,
no aparecerá a escena antes ni después,
ni porque yo me ausente, y lo olvide,
ni porque yo lo descubra”.

Pero cree en el poder facilitador de la música, que nos conducirá a cada cual a su propia y singular vida, para encontrarse con los otros, en concierto. Se avecina y espera el amanecer, como el “panadero, mi noche a las manos / que amasan con vigor mi sustento”.
Los poemas de Fulgencio son para leerlos en voz alta, a ser posible en presencia del autor; hablarlos. No son para leerlos en solitario, como si fuéramos clandestinos.
Están pidiendo que los seres humanos seamos gacelas en un mundo donde los leones se ocultan en sombras del deseo: “el poema como objeto del deseo”, donde no haga falta decir tantas palabras para que los cuerpos se comuniquen y se fundan en un humano abrazo de “requisitoria urgente, razón violenta de amor”. Pero en el juego no se puede admitir el dinero falso.
Hay una iniciativa ética en los poemas de Fulgencio, porque no puede, no debe la persona venderse:
“Dejarse violar por una muchacha
llamada inspiración, o como se llame…”
Ni caer en la autocomplacencia de que estamos en unas tierras donde nadie más tiene cabida, porque es de los mejores mundos posibles, cuando otros mundos llaman a la puerta, “vienen buscando algo que comer”.
La poesía de Fulgencio no deja adormilada la conciencia. Lo que parecía ser un pluriverso idílico es un mundo inquietante:
“Me decías que podías nombrar
tres cosas para llevarte a una isla:
la palabra, el silencio,
y el diálogo entre los dos.
Pero ya no hay islas desiertas
sino un litoral y un bosque
urbanizado, ruidoso; ladrillo
y campos de tiro y campos del golf”.


Fulgencio y su poesía cree en el hombre. Y en poder de la palabra.
Saludamos con esperanza en la palabra y en quienes la usan, la mujer y el hombre, con esta nueva aportación de Fulgencio Martínez.
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“LEÓN BUSCA GACELA” Poemas de Séptimo Alba”. Fulgencio Martínez. Editorial Renacimiento. 2009

4 comentarios:

  1. Sois unos genios, los que entendéis la poesía. Los que la escriben también pero los que la entendéis más, me admiráis. Me admiras!

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  2. Yo no sirvo ni para prosa, quería decir: ¡me produces admiración!

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  3. Bello y clarificador comentario. Me ha interesado el libro después de leerte. ¡Gracias!

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  4. Tener tu blogs, para ver tus comentarios, es una autentica maravilla, como siempre me ha encantado y me siguen llenando tus comentarios repletos de "palabras y sentimientos". Roma

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