Una madrugada más, en 23 de abril, la llamada de Sǿren Peñalver reúne a poetas, escritores y escritoras, lectores y memorias. En el jardín del museo murciano de la Ciudad. Allí acudimos, al filo de las once. Sǿren vive el momento tal como lo ha preparado: un encuentro de las palabras que quieren ser bellas y emotivas en boca de amigos y amigas, quienes escriben, leen y lo dicen.
Anfitrión y maestro de la ceremonia, Sǿren confiere humor y amor a las palabras cercanas, que derrama entre los presentes y los ausentes y, aunque todo parece previsible, acostumbra a sorprender con noticias y comentarios: es lo inesperado en la magia nocturna, le gusta moverse en la zona entrañable de lo íntimo donde lo sólido es la palabra hecha poema, el texto resonando en la paz de la noche, en la tierra fría de esta primavera tardía.
Tras la tormenta de la tarde, la Luna preside desde lo alto el encuentro, para algunos iniciático y para muchos acostumbrado y curtido donde las personas, venidas desde todos los lugares de la región, hablan, leen y recitan en la pasión de la palabra, en las “Otras academias del jardín” (como se ha titulado el encuentro de este año).
“… Y nos dieron, las once, las doce, la una,…” Hemos buscado refugio, al adentrarse la fresca madrugada, bajo el florecido pistóforo -árbol chino de azahar- que como manto tutela el espacio en el jardín del museo. Sobre las mesas, bandejas con bombones y copas de cava.
El inefable Sǿren me asigna dos poemas del barroco poeta murciano Jacinto Polo de Medina (“El mirto” y un fragmento del “Epitalamio a las felices bodas de Anfriso y Filis”) que, aunque contienen un fuerte tinte de tristeza adversa, procuro que ardan en esta noche que ha enfriado lo meteorológico.
(Sentí la calidez de una presencia cuando alguien leyó el poema del catalán Miquel Martí i Pol, “Estos profundos silencios llenos de ti”).
En este homenaje a Polo de Medina, tomando como referencia su primer libro, Academias del jardín, emergen autores en sus centenarios: Miguel Hernández y Ramón Gaya. Palabras de libros, en su día. Un encuentro como si fuera un juego, sí, pero nada tiene de simple. En este momento, además del gusto literario, entra el libro como placer, la presencia de autores del recuerdo de quienes ya nos dejaron.
Podríamos recorrer otras consideraciones porque, ante los libros, la respuesta es un cruce de variables que muestran no sólo el fondo y la forma, sino también la finalidad que le atribuimos y que trasciende más allá de nosotros.
El jardín del Museo de la Ciudad fue anoche una Academia, menos solemne que otras pero muy entrañable, que se unió a los homenajes que rememoran autores y, sin duda, propician el futuro estético de las palabras.
Volveremos a habitar el espacio de las palabras cuando Sǿren diga nuevos reclamos.
Anfitrión y maestro de la ceremonia, Sǿren confiere humor y amor a las palabras cercanas, que derrama entre los presentes y los ausentes y, aunque todo parece previsible, acostumbra a sorprender con noticias y comentarios: es lo inesperado en la magia nocturna, le gusta moverse en la zona entrañable de lo íntimo donde lo sólido es la palabra hecha poema, el texto resonando en la paz de la noche, en la tierra fría de esta primavera tardía.
Tras la tormenta de la tarde, la Luna preside desde lo alto el encuentro, para algunos iniciático y para muchos acostumbrado y curtido donde las personas, venidas desde todos los lugares de la región, hablan, leen y recitan en la pasión de la palabra, en las “Otras academias del jardín” (como se ha titulado el encuentro de este año).
“… Y nos dieron, las once, las doce, la una,…” Hemos buscado refugio, al adentrarse la fresca madrugada, bajo el florecido pistóforo -árbol chino de azahar- que como manto tutela el espacio en el jardín del museo. Sobre las mesas, bandejas con bombones y copas de cava.
El inefable Sǿren me asigna dos poemas del barroco poeta murciano Jacinto Polo de Medina (“El mirto” y un fragmento del “Epitalamio a las felices bodas de Anfriso y Filis”) que, aunque contienen un fuerte tinte de tristeza adversa, procuro que ardan en esta noche que ha enfriado lo meteorológico.
(Sentí la calidez de una presencia cuando alguien leyó el poema del catalán Miquel Martí i Pol, “Estos profundos silencios llenos de ti”).
En este homenaje a Polo de Medina, tomando como referencia su primer libro, Academias del jardín, emergen autores en sus centenarios: Miguel Hernández y Ramón Gaya. Palabras de libros, en su día. Un encuentro como si fuera un juego, sí, pero nada tiene de simple. En este momento, además del gusto literario, entra el libro como placer, la presencia de autores del recuerdo de quienes ya nos dejaron.
Podríamos recorrer otras consideraciones porque, ante los libros, la respuesta es un cruce de variables que muestran no sólo el fondo y la forma, sino también la finalidad que le atribuimos y que trasciende más allá de nosotros.
El jardín del Museo de la Ciudad fue anoche una Academia, menos solemne que otras pero muy entrañable, que se unió a los homenajes que rememoran autores y, sin duda, propician el futuro estético de las palabras.
Volveremos a habitar el espacio de las palabras cuando Sǿren diga nuevos reclamos.
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