ANTONIO CAMPILLO en
su exposición permanente.
(Retrato idealizado de mujer)
Del siglo XX algo hemos aprendido: al menos, que la cultura no es garantía contra la barbarie. Por lo que el arte, además de
explorar la belleza, tiene que buscar la verdad y poseer un fondo ético. Es por ello que es necesaria la colectividad, porque somos seres sociales y nos
necesitamos. Sin esconder ni disfrazar al individuo, que no puede renunciar a
pensar, para recibir, discutir, entender y compartir, con apertura y nuevos
rumbos, las ideas y tendencias que emergen, y que posibilitan la nueva mirada
ante la vida.
Para quienes piensan que sin la
cultura nos extraviamos siempre, debe resultar grato saber que se estén
propiciando escenarios de cultura abierta y compartida, que pretenden arraigar
en una sociedad que podrá subsistir y generar nuevos horizontes.
Así, la obra que no cesa, la del
escultor Antonio CAMPILLO,
cuenta con una exposición permanente, de una parte de su obra, en la Casa Díaz Cassou, de la calle de santa Teresa,
en Murcia.
Hay otras sedes que acogen obra del
artista, como es el Parque Escultórico “Antonio Campillo”, -en la
Avenida Príncipe de Asturias-, [(donde ya se repuso las
esculturas 'Saltando a la comba' y 'La danza', -que fueron
destrozadas y vendidas como chatarra en agosto de 2011-. Fundidas de nuevo,
mantienen la numeración legal de las originales, por lo que se consideran obra
original a todos los efectos. Por cierto que, 'Saltando a la comba', sufrió en
la madrugada del día 8 de septiembre pasado, una “agresión”, concretamente en
la placa que, afortunadamente, no ha afectado a la escultura)].
También recordar que, en Ceutí, -de donde es hijo adoptivo-, tanto la casa-museo del
artista, además de la ermita de san Roque.
Otras muchas obras están emplazadas en
diversos enclaves, como son la puerta del palacio Almudí, el campus
universitario de Murcia, y entidades bancarias, -por sólo citar algunos-.
La Fundación Antonio Campillo ha ubicado treinta y seis esculturas (en madera y
bronce o modeladas en barro) y nueve dibujos, que conforman el conjunto de esta
exposición permanente y que se ofrecen a la mirada y goce.
En la sala principal se cuenta con
dos retratos de Antonio Campillo, plasmados poco antes de su desaparición.
Cercana hay una vitrina, que contiene medallas y pergaminos de títulos
otorgados al escultor en su carrera artística.
Esta exposición contiene muchas
esperanzas, pues actuará como un sendero, que aumente la capacidad de
conocimiento sobre la obra del maestro Antonio Campillo.
Las motivaciones suelen comenzar,
habitualmente, por el compromiso y la cercanía personal o territorial con el
proyecto; indudablemente será la confianza de quienes impulsen alguna acción,
ya sea por afinidad temática, -respetando, eso sí, la libertad de cada ser
humano-, o bien por sugerir y proponer nuevas formas. Las emociones desempeñan
un papel fundamental; sentir y saber que con la contribución se pueden cumplir
sueños, hacen que las personas se sientan útiles, ya que con su aportación se
puede colaborar para conseguir objetivos mayores.
Desde que conozco la obra de Antonio
Campillo, siento que gustaría que alguien –en singular o en plural- orientara
para cómo disfrutar de dos propiedades:
(fragmento del texto escrito con motivo de esta exposición por Martín Páez, director del Palacio Almudí).
1.- Mediante el barro, intentar
copiar las formas de las esculturas, tratando de captar y sentir, por el tacto,
la sensualidad que contienen, más allá de lo que obtenemos por la vista. Sería
una buena experiencia un taller permanente, no sólo para entender la obra de
Campillo, sino de otros artistas.
2.- Experimentar y educarse en la
relación entre escultura y poesía, entender las formas y los espacios de modo
poético, además del interés artístico que ya en sí contienen. Para ello,
escritores y escritoras, poetas y críticos podrían ofrecer un obrador en donde
se elaborara y ofreciera estos itinerarios de confluencia entre las Artes. La poesía
es luz y, ante ella, nos transformamos sabiendo que puede cambiar la vida,
aunque sigamos igual de solos y con el mismo dinero. Pero ya no seremos los
mismos tras la experiencia.
3.- Y podría ampliarse con la visión
y labor de músicos y compositores. La
música, como la literatura, acompañan toda la vida, nos hacen experimentar
sentimientos y vivir las ideas. La música promueve y desencadena impresiones,
sensaciones y emociones. Lo que proporciona la música no se deja expresar con
palabras: es una de los constituyentes que la hace sublime.
Recojo estas palabras del escritor Antonio Muñoz Molina, y las hago mías:
“Hablar de música, como hablar de
arte, o incluso de literatura, es una actividad con mucha frecuencia
fraudulenta, en primer lugar, porque es muy difícil encontrar equivalencias en
palabras para las impresiones acústicas y las visuales, en segundo lugar,
porque son territorios en los que cuesta poco dar gato por liebre o envolver en
una apariencia de sabiduría lo que es simple vaguedad o ignorancia. […] Gusta
dejarse llevar por una obra ya completada, una pieza orquestal o una novela,
pero si uno tiene la oportunidad de asomarse al proceso de su construcción se
vuelve mucho más consciente del hecho excepcional que hay en ellas, no tanto el
resultado final que da toda la impresión de haber sido de algún modo necesario,
sino la suma, la sucesión de breves empeños, de pasos parciales, incluso de
arrepentimientos, que la han ido haciendo posible. […] “gloria me ha dado hacerme oscuro”, que decía Góngora, pero el
aficionado que se acerca a una obra por la pura vocación de disfrutar de ella
agradece el talento pedagógico que casi nunca falta a los verdaderos maestros.
Se trata, por decirlo con las
palabras memorables de Juan Ramón Jiménez, de un “trabajo gustoso”.
(Muñoz Molina, en El PAÍS-BABELIA, sábado 6 de Octubre de 2012)
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Todo lo que pueda inspirar vivencias y
hacerlas absolutamente cotidianas. Hay que estar en la búsqueda de sustentos, y aquí vengo y lo digo:
Palabra, mirada, tacto y sonido.
En tiempo de
confusión,
es áspero imaginar
conceptos extraordinarios.
Difícil confiar
en doctrinas
y en proclamas.
No me penséis descreído:
aún creo en la palabra,
en la mirada,
en la proximidad
y en la canción.
En la sinceridad
de la intención;
en lo decididamente sencillo,
en la imaginación
y en la experiencia.
En la palabra
que abra
a todos los libros,
y ofrezca veracidad.
En la arcilla y el color,
que iluminen
acariciando y al trasluz
las vivezas del interior.
En los sonidos
que vibran
en los tímpanos del ánimo.
Para vivir siendo
como una ciudad
abierta, hermosa y fresca,
que acoge
y se muestra
tal como es.
El arte,
sosiego
pequeño y necesario
en un mundo
oscuro y triste,
busca la
memoria
en el futuro,
vadeando con simbólica
nostalgia,
para comenzar,
relevante y
ético,
un nuevo
renacimiento.
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