viernes, 24 de mayo de 2013

JACARANDAS EN SU MAYO



Es mayo y se visten las jacarandas, -árbol ornamental de origen sudamericano (jacarandá), bien aclimatado y extendido- por las calles y avenidas de Murcia. Florestas que abandonan el invierno, en el que muestran un aspecto marchito pero, en mayo, se expresan en estallido de color violeta. (Pasados los calores del verano, volverán a abrir sus flores tan características, pero en esa ocasión será en racimo, sin desnudez, envueltas en el verdor de las hojas. No es así en mayo).
Tras el estruendo engalanado, las flores cansadas se postran y aún siguen hablándonos, como almas que siguen vivas, pues cada flor que desaparece es una estrella fugaz que impresiona una imagen. Como las personas cumplen su función y dan paso a otras, viviendo en las olas del tiempo y disfrutando del presente.



Las luces de los sitios que visitamos nos determinan como un reloj. Este año el calor se resiste a permanecer más de un día o dos, pero las jacarandas florecieron con puntualidad.
Vengo en hacer un trasunto sobre el romance:.

“Que por mayo era, por mayo, 
cuando hace la calor…”
 (dice el Romance del Prisionero)

   “Que es por mayo
     cuando las jacarandas,
     tintan de violeta
el aire del mes quinto del año…”

 Las flores caen y establecen una indefinida alfombra morada en asfalto, aceras, suelo de parques y carrocerías de automóviles.

 
Si sólo cayeran sobre tierra, servirían también de materia orgánica de abono y, como no se pisaría por ahí, los viandantes y vecinos que se quejan de que las flores se pegan a la suela de los zapatos, y duran hasta manchar más adentro del felpudo de casa.
Se fijarían en el efecto ornamental de azulada púrpura, contrastando sobre edificios y compitiendo con el cielo, nuboso o despejado. Porque no es posible librar -¿por qué…?- con una operación nada sencilla, seguramente indeseada e inconveniente, -¿qué talen los árboles y los sustituyan como por encantamiento?-, de esa molestia que en ocasiones a algunos agobia. Distintas impresiones, discordes sensaciones de esplendor e incomodidad coinciden. Como en cualesquiera manifestaciones de la realidad cotidiana. Opinar en la ofuscada inmediatez de los efectos lleva a pretender extravagancias y desatinos.

Pues es posible que, cuando se pasea, el recuerdo nocivo vuelva a aparecer, torciendo el momento estético que se disfruta en silencio o en comentario de acompañantes.

No sólo es un elemental comentario sobre el ciclo del tiempo y sus periódicas esencias, también de las jacarandas, sino caminar más allá de metáfora nacida en un momento estacional; fusionar experiencias personales con lo que hay en las afueras. 
Si llueve en mayo, permite vislumbrar las estrellas detrás de las nubes y contemplar con calma el paisaje urbano tapizado de efímeras flores caídas. Cada estrella nos conduce a un punto distinto.


De madrugada el barrendero recogerá las flores, vasos caídos que invaden y motean el suelo. Y, a la primera corriente de viento, nuevas provocaciones vuelvan a poblar pavimento y calzada. Así se escribe la biografía: nos exaltamos y abatimos, según cada momento, en las alegrías, las manchas y las cicatrices que nos habitan. Las corolas caídas, en su vistosidad deslucida, hablan de vidas fallidas, de existencias que no han llegado a cumplirse en fruto, por efecto de un ingobernable azar.




Quizá sin advertirlo, -debo de pensarlo más antes de afirmarlo finalmente-, la floración de las jacarandas es un hecho que marca el perfil cultural de una ciudad, necesitada de influencias estéticas que tiñan de primavera los grandes espacios y a quienes los habitan, esperando que quiebren con su sombra al cálido sol del largo verano.

Es imposible desprendernos de ese yo que somos, desde que comenzamos a existir y de cuando decaemos. Para reír y alegrarnos.
Esta visión debiera conjugarse con una delicada capa de humor, que matice lo que hay antes y más allá de la vida que ahora yace bajo los árboles, derramada en añiles vasos de decadente carnosidad, en símiles de arraigo y desarraigo, de la libertad que se enfrenta a la seguridad.
Ganamos el tiempo perdiéndolo. Las cosas, las grandes cosas sobrevienen paseando. Hacer lo que apetece como si se tuviera todo el tiempo del mundo, envuelto en la música que producen los árboles, las flores y las palabras.

Las cosas importantes se resumen en una: tratar de sentirse bien consigo mismo y en armonía con los demás. Pero puede que sea tarde cuando se cae en la cuenta de eso. La palabra se convierte en un lugar, territorio de lo humano. Como las jacarandas en mayo.

2 comentarios:

  1. Juan, ¡la última foto parece un cuadro de Gaya!

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    1. Gracias, Fran. Aunque sea sin proponérselo,imitar al maestro Ramón Gaya es todo un elogio. Cierto es que me gusta mucho la pintura de Gaya, y alguna influencia subliminal ha debido de 'colarse' por el objetivo de la cámara fotográfica.
      Seguimos.

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