sábado, 14 de febrero de 2009

LA ESCULTURA COMO POEMA (y III). DESPUÉS DE LA DANZA


Antonio Campillo capta, imagina y perpetúa el momento inmediatamente posterior en que una joven ha concluido el baile, su entrenamiento de danza, en el que ha trenzado sus brazos y piernas en armonía con el cuerpo, pero no era una actuación. Ha trabajado la habilidad física, unida a su clara idea de lo que quiere hacer y cómo lo quiere acabar; se ha sumido en una interpretación suelta, queriendo personalizarla haciéndola fácil, natural y no sofisticada, alcanzando su autenticidad y liberando toda su belleza.

Ahora se sosiega pues la serenidad que irradia su expresión facial nos dice que no está pendiente de público alguno que le aplauda. Ante el cansancio del esfuerzo físico y mental, para que descanse, el escultor le ha acercado una silla, y ella se ha sentado para liberar peso y tensión a las piernas, en una de las sillas que están integradas en muchos hogares y lugares de Murcia, fabricadas artesanalmente con madera y hojas de enea. Las mujeres de Campillo, cada una en su circunstancia, se sientan en sillas como ésta o de un diseño singularmente extendido, reflejando una seña de identidad esencial que este artista murciano ha elevado a la categoría de característica sustancial.

Ha concluido la música. La danzante ya ha suspendido el esfuerzo y recupera su pulso interno. No tiene tanta importancia el esfuerzo y lo dolorida que pueda estar la pierna, sino el sentimiento de haber practicado y enaltecido la danza. Su concentración está ahora en la pierna izquierda, que le reclama atención para relajar los músculos. En su rostro se le dibuja la complacencia, está pleno de fuerza y de alegría tras el brío de los movimientos rítmicos; se ha dejado el alma en el ensayo, donde su breve volante de ballet habrá actuado de alas para el desplazamiento acompasado, combinando enérgicos saltos y caídas amortiguadas. No hay dolor. Puede adivinarse el sudor. A la vez que un mechón de su cabello abandonado y suelto sobre el hombro derecho, que así ha resultado tras los giros enérgicos que ha desarrollado. Mientras deshace la tensión de su pierna, piensa en los pasos y sus matices, para seguir indagando en su extraordinario potencial.

Todavía no es momento de la relajación, pues está inclinada hacia adelante y la espalda no llega al respaldo. Y rescoldo de la tensión vivida se recoge en la posición de los pies: el izquierdo sigue en el aire, para que no se entorpezca el regreso de la musculatura; en el pie derecho todavía perdura el paso del estilo de danza ejercitado.

Es una joven bailarina, con las inquietudes que puede tener cualquier chica de su edad y condición, de las que acuden a las academias y conservatorios, y que podemos cruzarnos con ella por la calle, porque no hay espectáculo y sí momento de intimidad, de retiro reparador, donde los detalles pertenecen a ella, aunque Antonio Campillo los muestra aquí para que los veamos y admiremos.

He querido fijarme en este momento de una mujer tras la danza, al igual que el del cariño de la matrona en el atardecer huertano porque son obras de colección privada y no se sabe cuándo podremos volverlas a degustar. A la vez que, con todo lo que he visto en los diferentes lugares de la obra de Campillo, las mujeres que retrata no muestran crispación, y si entrega absoluta a la cotidianeidad y a lo que hay que hacer. Así lo vemos en toda su obra.

Concluyo este breve paseo por la obra de Antonio Campillo, aunque sigo trabajando unos apuntes para una visita a la Casa-Museo que el escultor tiene en Ceutí.

2 comentarios:

  1. Las mujeres de campillo son la apacibilidad en movimiento. Pero una apacibilidad natural, sin ninguna sofistificación intelectual. Hacen lo que hacen por pura naturalidad: son el misticismo de lo sencillo. Gracias por hacérnoslo ver, Juan.

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  2. ...y que más se mueve o paraliza por las calles de Murcia en estos días?
    para los que tenemos los ojos vendados ante esta ciudad y alrededores agradecemos cualquier acercamiento a esa realidad.
    Abrazos.

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