sábado, 28 de febrero de 2009

RUMORES MUSICALES EN LA CALLE. (I) PERCUSIÓN.

[Comienzo una breve serie sobre algunos de los músicos que, al pasar, he visto/oído en la calle].

De camino hacia algún sitio, de un lado para otro, o de paseo por el centro de la ciudad es muy probable encontrar personas que hacen sonar instrumentos musicales, unas veces con notable efecto y, en otras, con inferior resultado en los sonidos emitidos. Hay quienes hacen música o lo intentan. Otros no llegan, ya sea porque el instrumento no posee la calidad idónea o sus características no se adecuan al espacio abierto, ya sea por las condiciones acústicas adversas, o por las piezas interpretadas que suelen ser conocidas popularmente, justificando el reclamo para obtener unas monedas que ayuden a sobrevivir. Puede que el frío o el calor influyan en que las manos no respondan apropiadamente o, simplemente, por falta de formación musical y de una mínima técnica.

Hay de todo. Y los resultados rumorosos son desiguales para el placer del oído. Es una forma distinta de entender la finalidad de la música, porque más que el aplauso, -que raramente se da-, se busca algún que otro euro. Es un formato distinto que nos cruzamos en el escenario urbano.

Si nos lo proponemos podemos ver, en este hecho sonoro de la música en la calle, un agradable y colorista ingrediente que quiebra la monotonía de los pasos.

No sé si es un signo de madurez de una sociedad que es capaz de asimilarlo todo y, por tanto, al igual que coloca obras de arte en la calle, también permite la presencia de pretendidos artistas musicales.

Por el contrario, está la inclinación a pensar que este fenómeno responde a otras causas que tienen como común denominador el desarraigo inmigrante, la necesidad de ganar algo de dinero, dando notas musicales a cambio, porque hay que comer todos los días y es más que legítima aspiración. En algunos casos, simple mendicidad.

Los espacios públicos los administran los ayuntamientos, por lo que deberían atender a distribución de las calidades, o de las molestias, por actuaciones de los músicos en cuestión, planteando claras opciones tanto de protección a los que agradan como de mejora a los otros. Negarlos es algo que ya no está a nuestro alcance. Mejoras que pueden afectar tanto al bienestar ciudadano, como al paisaje. Considero que habría que integrarlos en un conjunto racional que haga creer a los viandantes espectadores que estamos en una ciudad amable, pacífica y culturalmente ordenada.

Todavía no es una necesidad, pero se puede intentar que su fragilidad vaya fortaleciéndose. Tendría costes y limitaciones. Pero forman parte del paisaje social, por lo que debería preocuparnos tanto las razones que tienen para estar ahí como la calidad que se ofrece al transeúnte y a los vecinos que les escuchan involuntaria y durablemente.

Parece, pues, un objetivo razonable optimizar los potenciales de energía musical destinada a la calle y mejorar su grado, algo que sólo puede hacerse con base objetiva y oportunidad política, para considerar que el entorno en el que vivimos y transitamos debe ser adaptado para el disfrute ciudadano. Este es un camino.

No es un contrasentido pensar que el progreso social sostenible requiere de actuaciones con sensibilidad, dirigidas precisamente a mejorar el vivo territorio urbano, con una gestión adecuada, como garantía para su conservación. Por el contrario, no es sostenible pensar que no debemos hacer nada y renunciar a un elemento que puede contribuir a la calidad de vida actual. Si ello no se pretende, con abierta intuición y propuestas imaginativas, no se estudiará ni se alcanzará nunca. Claro que habrá costes, pero también beneficios. Y podría ser una seña de identidad de la ciudad: la capital catalana ya lo está desarrollando. (Y aquí, se está pagando, con dinero público de la cosa esa de Cultura, una campaña de extraños, imprevisibles y pretendidos ‘typical’ murcianos).

La crisis económica genera dificultades pero también puede ser la oportunidad para que desde el poder político se desarrolle, desde el sentido común y la austeridad, un programa sobre potencias urbanas, abriendo paso a realidades imperfectas: un paso cultural oportuno para un compromiso ciudadano hacia el futuro.

La foto de hoy, para comenzar esta serie, es de un percusionista de atabales, que es trashumante: lo podemos ver en diferentes sitios de la ciudad. En Santo Domingo, en la plaza de las Flores o en espacios de abundante tránsito humano. Pero, ¡ah, eso sí!, en una esquina, que dé a dos calles o a dos plazas. Toca y toca, incansable y entonado, un agradable, aunque irreconocible, tamborileo incesante. El intérprete de su constante improvisación mira a los ojos, con cierta alegría cómplice, instando silenciosamente a que se deposite alguna moneda en la funda de sus bongos que posibilite el acceso a una comida, o algo más, según la recaudación.

Se le escucha construyendo su música en la calle.

1 comentario:

  1. Me parece extraordinario que te detengas en aquellas cosas que a fuerza de ver terminan casi por pasarnos desapercibidas.
    La norma que se adoptó en Barcelona tomó como modelo las oposiciones que se hicieron en el Metro de Londres hace ya cinco o seis años. Se trataba de regular la profesión de "músico callejero" en lugares concretos y en una franja horaria determinada. Claro, solo los mejores obtuvieron plaza...
    Y a propósito de esto, hace un par de años uno de los mejores violinistas europeos, Ara Malikian, hizo un experimento en el metro de Madrid para comprobar si la gente sería o no capaz de reconocer una buena interpretación. Para su sorpresa, la gente pasaba de largo y después de 20 minutos de interpretación solo llegó a recaudar unos 5 euros.
    En Youtube hay un video con el resumen de la experiencia: http://www.youtube.com/watch?v=MhS57wqID7Q

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