“¿Cómo no reconocéis este tiempo? ¡Hipócritas! Sabéis distinguir el aspecto del cielo y de la tierra, ¿y cómo no distinguís este tiempo?” Comenzamos, sin ningún ánimo devoto ni místico, con palabras del evangelista Lucas (12, 56), porque se estima necesario y urgente analizar la actualidad, estudiar el pasado y sus errores, vislumbrar qué futuro es posible y aplicarse en el presente.
En este tiempo ha quedado patente –y aún más la gravedad y perturbaciones que se avecinan- que la economía no es una ciencia, puesto que depende de factores como la codicia y los estados de ánimo, (se habla, sin recato, de que “el dinero tiene miedo”; pues si eso ‘siente’ el dinero, ¿qué estremecerá a las personas?). Lógica y vergonzosamente, como algo que fuera inevitable, todo está inundado de muy graves dificultades y vicisitudes económicas. Los expertos de foros económicos concluyen que la crisis conllevará consecuencias negativas como el resurgimiento del nacionalismo y el proteccionismo en favor del “sálvese quién pueda", así como también inevitables reacciones sociales violentas contra el capitalismo. Estamos en crisis mundial, sobre todo de Occidente, ya que hay áreas geográficas inmensas con crisis permanente.
Sin ser economista experto y reconocido ni tener poder económico ni político, difícil y temerariamente se pueda decir algo que los demás estimen oportuno y atinado. Por tanto, habrá que intentarlo en la esfera de lo privado de las personas, que está plagada de intranquilidades. Podemos derivar razonablemente que este tiempo presente contiene otros trances que afectan, inquietan y obsesionan a las personas.
Lo que se divisa y hace aguzar los sentidos es que aquello a lo que llamábamos espacio geográfico-histórico donde hemos nacido y vivimos, –otros le llaman ‘patria’-, que es el ámbito de lo público, hace tiempo que desdibujó sus límites y fronteras al aparecer la globalización/mundialización.
Y la convivencia y comunicación entre las personas -lo privado, la libertad y fraternidad, que nos legó la Revolución Francesa, la amistad en sentido aristotélico (sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera los demás bienes)- se ve aquejada por el mantenimiento de actitudes sociopolíticas que persisten en los estados, con la exaltación de los nacionalismos: se dificulta el paso a la humanidad cosmopolita y al mantenimiento y disfrute de la naturaleza. Ambos ámbitos universales se sostienen precariamente.
La crisis de bastantes valores que se creía permanentes y la emergencia de nuevas formas de entender la vida y la convivencia las vemos por todas partes. Y debemos preocuparnos.
Porque si no se estudia el tiempo presente, y nos situamos en él, significa que, ante los nuevos usos que intentan abrirse paso, se habita en una conjunción de ansiedades: como esas de pretender que el estado y sus gobernantes nos arreglen esto, pero sin confianza en que eso suceda. Hay una creciente sensación de que las palabras y las promesas ya no son suficientes y ha huido la esperanza.
Estamos transitando desde una situación establecida de deberes y derechos, hecha por acuerdos y leyes, a otro contexto irreal en el que o sólo hay derechos o no hay nada y, entonces, todo vale. Es el alejamiento de los ciudadanos de la vida pública. (Ya hay quienes hablan, - van siendo bastantes, y lo dicen sin despeinarse-, de traer un ‘salvador’, de “buscar al hombre de verdad”, que dé trabajo a los nacionales y expulse al extranjero).
Y se está viendo afectado el ámbito privado: el realismo y la prudencia van siendo sustituidos por la marea de las emociones y la ‘validez’ de todas las opiniones; lo que siembra el tiempo de incertidumbre, desesperanza, de indeterminación relativista, y de que “el último, apague la luz”.
Las crisis, la económica y la moral, generan dificultades. ¿Hay salida? Habrá que empezar por estudiar este tiempo presente para que también haya oportunidad de analizar con rigor y sentido común lo que se posee y de lo que se carece, con racionalidad y coherencia, desde los segmentos democráticos de los poderes y desde todas las partes implicadas y posibles.
Y a su vez, es necesario el examen del tiempo actual porque el espíritu creativo e innovador tiene que salir a la luz, donde se aprecie más el talento, analizando antecedentes y percibiendo las nuevas realidades imperfectas: el cambio cultural necesario sobre el que fundamentar lo público, el compromiso ciudadano actual hacia el futuro, y en lo privado, pensar que las nuevas formas de comunicación global ha de desarrollarse auténticamente, con espíritu de concordia, dialogando con unos supuestos mínimos comunes, reconociendo en toda su plenitud la humanidad de los otros, como acto de civilización y universalidad.
Es espeso todo esto, es verdad. Pero habrá que hablarlo.
En eso estamos.
En este tiempo ha quedado patente –y aún más la gravedad y perturbaciones que se avecinan- que la economía no es una ciencia, puesto que depende de factores como la codicia y los estados de ánimo, (se habla, sin recato, de que “el dinero tiene miedo”; pues si eso ‘siente’ el dinero, ¿qué estremecerá a las personas?). Lógica y vergonzosamente, como algo que fuera inevitable, todo está inundado de muy graves dificultades y vicisitudes económicas. Los expertos de foros económicos concluyen que la crisis conllevará consecuencias negativas como el resurgimiento del nacionalismo y el proteccionismo en favor del “sálvese quién pueda", así como también inevitables reacciones sociales violentas contra el capitalismo. Estamos en crisis mundial, sobre todo de Occidente, ya que hay áreas geográficas inmensas con crisis permanente.
Sin ser economista experto y reconocido ni tener poder económico ni político, difícil y temerariamente se pueda decir algo que los demás estimen oportuno y atinado. Por tanto, habrá que intentarlo en la esfera de lo privado de las personas, que está plagada de intranquilidades. Podemos derivar razonablemente que este tiempo presente contiene otros trances que afectan, inquietan y obsesionan a las personas.
Lo que se divisa y hace aguzar los sentidos es que aquello a lo que llamábamos espacio geográfico-histórico donde hemos nacido y vivimos, –otros le llaman ‘patria’-, que es el ámbito de lo público, hace tiempo que desdibujó sus límites y fronteras al aparecer la globalización/mundialización.
Y la convivencia y comunicación entre las personas -lo privado, la libertad y fraternidad, que nos legó la Revolución Francesa, la amistad en sentido aristotélico (sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera los demás bienes)- se ve aquejada por el mantenimiento de actitudes sociopolíticas que persisten en los estados, con la exaltación de los nacionalismos: se dificulta el paso a la humanidad cosmopolita y al mantenimiento y disfrute de la naturaleza. Ambos ámbitos universales se sostienen precariamente.
La crisis de bastantes valores que se creía permanentes y la emergencia de nuevas formas de entender la vida y la convivencia las vemos por todas partes. Y debemos preocuparnos.
Porque si no se estudia el tiempo presente, y nos situamos en él, significa que, ante los nuevos usos que intentan abrirse paso, se habita en una conjunción de ansiedades: como esas de pretender que el estado y sus gobernantes nos arreglen esto, pero sin confianza en que eso suceda. Hay una creciente sensación de que las palabras y las promesas ya no son suficientes y ha huido la esperanza.
Estamos transitando desde una situación establecida de deberes y derechos, hecha por acuerdos y leyes, a otro contexto irreal en el que o sólo hay derechos o no hay nada y, entonces, todo vale. Es el alejamiento de los ciudadanos de la vida pública. (Ya hay quienes hablan, - van siendo bastantes, y lo dicen sin despeinarse-, de traer un ‘salvador’, de “buscar al hombre de verdad”, que dé trabajo a los nacionales y expulse al extranjero).
Y se está viendo afectado el ámbito privado: el realismo y la prudencia van siendo sustituidos por la marea de las emociones y la ‘validez’ de todas las opiniones; lo que siembra el tiempo de incertidumbre, desesperanza, de indeterminación relativista, y de que “el último, apague la luz”.
Las crisis, la económica y la moral, generan dificultades. ¿Hay salida? Habrá que empezar por estudiar este tiempo presente para que también haya oportunidad de analizar con rigor y sentido común lo que se posee y de lo que se carece, con racionalidad y coherencia, desde los segmentos democráticos de los poderes y desde todas las partes implicadas y posibles.
Y a su vez, es necesario el examen del tiempo actual porque el espíritu creativo e innovador tiene que salir a la luz, donde se aprecie más el talento, analizando antecedentes y percibiendo las nuevas realidades imperfectas: el cambio cultural necesario sobre el que fundamentar lo público, el compromiso ciudadano actual hacia el futuro, y en lo privado, pensar que las nuevas formas de comunicación global ha de desarrollarse auténticamente, con espíritu de concordia, dialogando con unos supuestos mínimos comunes, reconociendo en toda su plenitud la humanidad de los otros, como acto de civilización y universalidad.
Es espeso todo esto, es verdad. Pero habrá que hablarlo.
En eso estamos.
Lo bueno de las crisis es que tenemos expectativas nuevas, no sólo programaciones por cumplir. Lo malo es que no sabemos aún de qué expectativas se trata, ay.
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