Al principio del Malecón, en el plano de san Francisco, junto al monumento al de Asís, hermano universal, en los anocheceres del sábado y el domingo, se sitúa este hombre para obtener unas monedas a cambio de sus notas musicales extraídas de su instrumento de viento, un cornetín como los que se usan en el ejército para transmitir las órdenes de movimientos a la tropa en formación o para hacer las llamadas.
Este hombre, inmigrante de un país del este, tiene trabajo en horario amplio, pero de limitado salario. De complexión atlética, se le vislumbra fuerte. En su tiempo de descanso ejercita su afición instrumental, se ubica en este lugar a la caída del sol y entrando la noche, en este espacio abierto donde el frío y la humedad del cercano río en invierno, y el calor del verano murciano, para ofrecer su música y recaudar, si así lo quieren los paseantes y transeúntes, algunos euros que le permitan completar el parco sueldo que recibe con la enajenación de su esfuerzo diario en un trabajo asalariado.
El lugar de tránsito no es muy concurrido a esas horas, sobre todo en invierno, salvo los apresurados paseantes de la ruta del colesterol maleconera que van caminando con rapidez esperando reducir grasas acumuladas a la vez que estimular el corazón. Pero quienes aciertan a pasar por ahí, si no les agobia la prisa, pueden aprovechar este momento de música solitaria.
Este intérprete se distancia del jaleo de los chicos del monopatín y, aquí, junto a los árboles del jardín Botánico, despliega y coloca sus cosas: la bolsa donde viene un bocadillo y botellas de agua, el estuche abierto del instrumento, recipiente que acogerá las dádivas dinerarias. También pondrá en funcionamiento el necesario artilugio que funciona con baterías y transporta con ruedas, el aparato que reproduce un acompañamiento musical pregrabado de diversos ritmos, sobre los que luego sobrepone los sonidos que arranca del cornetín.
Sus notas no son estridentes, y las lanza al aire con suavidad. Toca entonado y se equivoca poco. Su música es la de canciones conocidas, como “Chica de Ipanema” y “New York, New York”. Engalana la noche y le confiere cierto sabor nostálgico a la noche del domingo, donde aún es tiempo de descanso pero se advierte el ineludible comienzo inmediato de la semana laboral. Este músico vocacional y entregado marca la transición de un tiempo al otro, a través de la reproducción de músicas de años pasados, algunos lejanos ya.
Este hombre presenta su oferta musical, la ofrece con seriedad, muestra un poderoso aliento lírico y unas melodías austeras, sinceras, honestas, totalmente personales, llamando a estimular la generosidad del viandante en este escenario donde sitúa y encaja la compatibilidad de las antiguas canciones con las nuevas experiencias, homenajeando a la canción popular.
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