Hay espacio para la llamada "música clásica" sin que esté recluida en salas de concierto. (Hace pocos días tuvimos el ejemplo muy agradable de los alumnos del Conservatorio Superior, en diferentes plazas y calles de Murcia; porque los profesores y los cercanos responsables son conscientes de que está en juego, y no es poca cosa, el lugar de la música, de ciertas músicas. Y de su inclusión, práctica y desarrollo en todos los centros docentes). Sabemos, y queremos creer, que existe un futuro para la música, que cada día ha de reinventar su función social. Existe la obligación de mantener por prestigio la música y su actividad que, en algún caso, alguien la puede calificar de ornamental. El mundo de la cultura es una fuente de riqueza, no sólo por las múltiples Artes sino de índole económica. El ejercicio de la música genera considerables niveles de ocupación laboral, por lo que es fácil deducir la repercusión de la industria cultural en la sociedad. Sin ánimo comparativo alguno, de forma habitual, si se quiere, se puede escuchar, solo algunos días a la semana, algo diferente a todo aquello que conforma la memoria musical de la música en la calle. La ocasión está en coincidir con los cuatro músicos, a los que dedico la última entrega (por el momento, hasta que surja un nuevo estímulo) de esta serie centrada en la música que escuchamos al pasar por determinadas calles del centro de la ciudad. Salimos a la calle de incógnito, como ciudadanos anónimos que atendemos a diversos quehaceres y, entre otros estímulos, podemos ver comprobar al paso cómo tocan los cuatro músicos que forman un conjunto y que suele ubicarse en la calle Trapería. (Ahí los tenemos en la fotografía No son un cuarteto porque es habitual y extendido entender por ‘cuarteto’ a un conjunto de cuerda o de metales, por ejemplo. Pero si no hemos de llamarle a este de hoy, así, podremos decir que es un conjunto de cuatro músicos). Delante de un sórdido fondo de pared y de persiana metálica pintarrajeadas por los insensibles grafiteros que operan por la zona, estos músicos desgranan sus interpretaciones de música conocida popularmente, como “Moon river” o “Carros de fuego”, que alternan con piezas de Mozart y Vivaldi। Es comprensible que pongan en el aire callejero las músicas conocidas y pegadizas, porque lo que tratan es de que se les vea y se les oiga, que la gente se fije en su cartel y, quien pueda y quiera su concurrencia en una celebración, que pueda llegar a un acuerdo económico. Se puede notar que estos músicos llevan tiempo en el tajo y más de una vez les habrán hecho un acuerdo de actuación –de forma verbal o incluso firmando un documento-. Esto es algo que sucede a quien se inicia o que lleva tiempo en este ámbito profesional. Mientras, tanto, el estuche del violonchello está abierto a las posibles monedas que dejen algunas de las ambulantes personas que acierten a pasar por su lado, porque, eso sí, es un acierto escucharles en su utilización de los recursos expresivos, porque se evidencia que respiran cultura musical y la ponen en la calle. Representan un ejemplo destacable de interacción fecunda entre cuatro amantes de la música, y algún pintor se podría sentir poderosamente atraído por plasmar en lienzo la escenografía de este conjunto, donde siembran y recogen notas como espigas doradas.
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