En esta página de hoy –retomando la serie de “Rumores musicales en la calle”- no se trata de ofrecer calidad musical, sino indicar que podemos observar que en la calle se utiliza algún instrumento musical, exprimiendo ruido y algo que se pudiera parecer a ‘música’, porque todo vale, desde hace tiempo, para pedir dinero a los viandantes. Nos encontramos ante la mendicidad que utiliza ¿sonidos? de un instrumento musical: un violín, un acordeón, una guitarra,…
Pero no todos quienes reclaman la atención de quienes pasan son iguales en su reclamo.
Estos quienes se ven en la fotografía practican directamente la petición de limosna. Y no es probable que caminen de la mendicidad al éxito, recogerán algunas monedas para seguir subsistiendo. Supongo, pero lo ignoro totalmente, que pertenecerán a una organizada estructura que les asigna lugares en la ciudad y les controla la recaudación. (No es objeto de este comentario entrar en la pobreza, sus causas y remedios, ni llamar la atención sobre un ejercicio de caridad, sino del uso de la música en la calle según con qué fines).
Hay, existe una imperfecta y delgada línea que separa a los mendigos de otros músicos callejeros.
La mujer ucraniana que toca el violoncello, en solitario, a la puerta de la iglesia de santa Catalina, o el cuarteto de
Los de la foto, y otros hombres y mujeres acordeonistas que se reparten desde el Arco de santo Domingo hasta la plaza de Belluga, no se ofrecen a enseñar a otros o a deleitar en fiestas: sólo esperan la moneda; y, en algún caso, la exigen.
Efectivamente, todos esperan el dinero. Pero las diferencias entre unos y otros pueden estar en esa garantía que unos ofrecen de poder participar con cierto éxito en ceremonias y acontecimientos y los otros no. Aunque apunto a que la verdadera distinción está en que unos ofrecen delicadeza y cuidada interpretación, un trabajo armónico que apunta a calidad, aun considerando las limitaciones de la actuación en la calle. Y muestran que tienen una formación musical. Pero no tienen cabida en un mundo en crisis y lejano de sus lugares de origen con aún más crisis.
Y los otros, no. Porque esta característica no la poseen los pedigüeños del violín y del acordeón, pues buscan subsistir en medio de la misma crisis…, pero de otra forma, -quizá como única alternativa-, como sea. No son músicos.
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