A mi madre, tras un año sin ella.
¿Cómo es el tiempo
de la ausencia definitiva?
Me pregunto si eso
de lo eterno se mide con el reloj y el calendario, si está sujeto a lo temporal,
o al revés.
O nada de eso.
Parece una contradicción lo de ver “lo temporal” como una incesante continuidad
en el vivir interior, si sólo conocemos este espacio que habitamos quienes por
aquí andamos.
Habitamos ya en
distinta dimensión. Me encuentro en el lado de quienes cuentan el paso de las
horas y de los años. Y lo señalo: hoy
hace un año que te fuiste, madre.
Lo que no se puede
negar es tu vivir real en el recuerdo, cuando ya no basta la experiencia, cuando
al contemplar le sobra contenido intelectual.
La realidad es que
saliste de tu casa, sin regreso. Y te has hecho otra vida, a la que quiero
seguir conociendo. Pienso en ti y en que me lo harás saber.
Llegó la temida
hora postrera. Hoy hace un año que
no nos tenemos como antes.
Deseo y espero que
estés en donde querías llegar, según tu convencida creencia, en ese mundo
mejor, donde todo se equilibra y la justicia habita. Referencia apasionada a lo
natural, al enigma, a lo invisible… Pretende ser una expresión filosófica en
roce con lo religioso.
Se afianza el
recuerdo
en la piel, con
nobleza.
No hay vacío de
vida.
Tu presencia,
se renueva cada
día,
en la infinitud del
instante eterno.
Memoria y ausencia:
ambas cosas eres tú,
Hoy late tu poder evocador, pues la madre existe
y se oye, en su palabra y en su silencio. Se llena el vacío, por encima del aspecto
vulnerable que tenías en tus horas finales.
No inquieta la luz,
rostro de lo
visible,
Estremece
lo que no se ha aprendido
del oficio de vivir.
La forma de la fatiga
vital
es el exilio definitivo,
donde sólo existe el
rumor
de los días como
siglos.
Confío en tu paz y
en la presencia donde quisiste estar.
Y aquí, entre
nosotros, tu memoria.
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